Por Roberto Feregrino
En un congreso organizado por la Universidad de Texas en El Paso, en 2005, Alfredo Pavón presentó un texto al que bautizó “Otras voces del cuento mexicano”. En él apuntaba que en los últimos 45 años se habían publicado 1 584 volúmenes de cuento, según datos de Russell M. Cluff, lo cual es un número desafiante por donde se mire. Así que para su trabajo decidió ceñirse a un puñito de cuentistas para hablar de la riqueza y la variedad del género: Roberto López Moreno, Parménides García Saldaña, Orlando Ortiz, Martha Cerda, David Ojeda, Miriam Ruvinskis, Álvaro Uribe y Enrique López Aguilar.
El texto lo concluye diciendo que “el cuento posee sentido sólo por cuanto hace referencia a proyectos humanos. Al combinar temática y técnicas varias, el cuento mexicano ha confirmado su vocación por lo universal”. A 15 años de distancia, el puñito ha crecido desde entonces, sin duda alguna, pero en cada uno de sus nuevos y vigorosos exponentes está presente la búsqueda por lo universal, como lo constata el trabajo de Lola Ancira, escritora nacida en Querétaro, pero avecindada ya en la CDMX.
A propósito de esto, el 26 de octubre se estrenó en Rostros de la edición una entrevista con Ancira, quien además de ser escritora también es editora. En ella enfatiza que se siente más cómoda en el género del cuento, pues desde los 16 años lo ha cultivado; aunque también señala las dificultades que trae consigo escribir uno nuevo: investigar, elegir el título más adecuado que conduzca al lector por los vericuetos de lo narrado, el uso exacto de las palabras para expresar lo que se quiere decir; y no es fácil, porque aunque sean dos o tres páginas que se leen en cinco minutos, el trabajo que está detrás es arduo. Además de escribir cuento, también ha incursionado en la reseña y en el ensayo, méritos que le han valido el reconocimiento en el mundo de las letras mexicanas y dos becas Fonca. Actualmente da cursos, talleres y tiene planes de publicar su tercer libro de cuentos para inicios de 2021.
A título personal, he de decir que siempre he librado batallas insospechadas con los relatos cortos, no porque los desdeñe, sino porque en cada volumen hay más de uno que logra atraparme, por ello me resulta difícil emitir un comentario sobre su totalidad; a veces hablo de uno o dos, pero, en realidad, son más los que permanecen latentes en mí. Discernir resulta más complicado de lo que parece. Me asombro con una lectura. Vuelvo al libro e investigo. Lo hojeo. Observo los pequeños detalles. Reflexiono. Lo camino. Siempre quedaré prendado por la maravilla de su manufactura. Pienso en los cuentos de Chéjov, Raymond Carver, Eduardo Antonio Parra, Amparo Dávila, Liliana Blum, Julio Cortázar o Jorge Luis Borges: cada uno será un eslabón importantísimo para la historia de la literatura universal del que abrevarán nuevos narradores para unírseles en el camino como ocurre con El vals de los monstruos.
En este libro, Lola Ancira nos ofrece, en pequeñas dosis, la esencia de la monstruosidad del ser humano; es decir, no tiene que describir una violación, un desmembramiento o un suicidio. No. Ella nos entrega pequeños frascos con la esencia de los abismos que hay en la mente humana. Once frascos, once píldoras, once relatos son los que constituyen este vals: “En el oriente se encendió esta guerra”, “El nombre del miedo”, “Vindicta”, “Te lo has ganado”, “La esencia de la melancolía”, “El don del engaño”, “Satélites”, “La edad de oro”, “Hacia el abismo”, “Tres lunares” y “Mónos”. En cada uno de ellos la monstruosidad es distinta, en algunos casos los personajes son anónimos —no importa su nombre porque pertenecen a lo universal—, otros odian las relaciones interpersonales aunque saben que es imposible evadirlas, unos más sentirán terror ante la indiferencia, habrá proxenetas y paranoicos. Todos se congregan para danzar alrededor de lo más oscuro de la naturaleza humana, muestran el infierno dantesco con el diablo de tres cabezas esperando por ellos.
Ancira logra esto gracias a la filigrana de las palabras, imágenes concretas con las que crea en el lector zozobra constante que aumenta a medida que vamos apropiándonos de sus páginas y pensamos cómo es posible que alguien sea capaz de desear una muñeca de carne y hueso, aunque los días de una niña estén contados, para satisfacer desequilibrios mentales. O cómo es que la obsesión te lleva a apropiarte de alguien que ni siquiera conoces y sólo has visto por las mañanas en el metro. Cuestionamientos como éstos serán esenciales después de indagar en sus páginas.
Al respecto, quisiera aludir al tercer cuento, titulado “Vindicta”. Éste narra la paranoia de una mujer que espera la muerte y en cada uno de sus cercanos ve a un asesino en potencia. Por ello decide anticiparse a los hechos y escribe en unas tarjetas en blanco el nombre del posible agresor; así, en caso de ser encontrada muerta, les facilitará el trabajo a los “ejecutores de la ley”. En su paranoia, esta mujer necesita mantener el anonimato así que usa el nombre de una vida ajena: Belle Gunness (es el nombre de una asesina nacida en Noruega a la que se le atribuyen más de 50 muertes incluidas las de sus hijos y la de sus cónyuges; se presume que murió envenenada y después se incendió su casa) y los nombres que anota son los de asesinos reales: Gregorio Cárdenas (el estrangulador de Tacubaya), Delfina González (la líder de las Poquianchis) y Francisco Guerrero (el Chalequero). El uso deliberado de estos nombres es un guiño a los desequilibrios mentales que inundan diariamente la prensa de Nota Roja. Hay cientos de monstruos libres por ahí, planeando meticulosamente algún ataque. Belle sabe que la mujer que está ahí —y a la que le está contando su historia— ha llegado para vengarse. ¿De qué? De la muerte de su madre diez años atrás. Ella era pequeña entonces y vio cuando su madre se atoraba en las vías. Un tren pasó. Muerte. Gunness presenció todo y no hizo nada, dejó que las cosas sucedieran. La hija no olvidó. La venganza inició con el maquinista y ahora toca el turno a la mujer de las tarjetas.
Todos los críticos literarios damos pequeños atisbos de lo que puede ser la concepción de un texto, acercamientos, generalidades; sin embargo, lo mejor es presenciar lo que los autores tienen que decir. Ahora, en la víspera de las presentaciones a propósito de la reedición que Fondo Blanco Editorial hizo de El vals de los monstruos, podemos conocer a esta autora los días sábado 31 de octubre a las 18:00 h y domingo 1 de noviembre a las 15:00 h, en Ambrosía Café (Necaxa 84, colonia Portales, CDMX). Será una presentación presencial (con todas las medidas de sana distancia, atendiendo a las normas que requiere la “nueva normalidad”), pero es necesario que escriban para confirmar a la página oficial en Facebook, con la finalidad de que haya un aforo propio del lugar. Si no les es posible ir, podrán seguir la transmisión por streaming. De cualquier manera, será una oportunidad increíble de conocer a una cuentista que engrosa la lista del maestro Russell M. Cluff y que, sin duda, debería estar en el puñito de algún otro trabajo del Alfredo Pavón, porque si de universalidad se trata, de eso sabe muy bien Lola Ancira al momento de concebir sus cuentos. ¡Salud y en buena hora!
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