Por Vladimir Villalobos López
“Todo tuvo su origen en el aburrimiento”
Dostoyevski
“La distancia más corta entre el punto A y el B
es la línea recta, o ↑ ↑ ↓ ↓ ← → ← → B A”
Jugar es una de las primeras maneras de posicionarnos y significar el mundo. Con el paso del tiempo, la calidad de lo jugado pasa a segundo término, lo relevante es recordarlo, situarlo en un momento particular de tu vida, aunque yo a veces me descubro con recuerdos ajenos, como a Ernesto mientras juega Atari con mis primos en Río Hondo. Yo todavía miraba el mundo en blanco y negro cuando eso pasaba, seguramente, o apenas aprendía a caminar.
Pero decía que no se trata de los juegos, sino de mis papás jugando Dr. Mario y nosotros tres apoyando a uno u otro mientras alguien (¿todos?) creaba una letra pegajosa para la melodía del juego. Se trata de tres hermanos, sólo dos controles y juegos para uno donde el control desconectado era el placebo perfecto para ese ímpetu de salvar a la princesa o cazar a los patos.
No son los juegos, sino los sábados de Blockbuster y las pijamadas con los primos jugando Super Mario World y La herencia de la tía Agatha. Son días de pararse tempranísimo para prender un rato el Nintendo 64 antes de que se levantaran mis papás para ver la tele; o tener que repartirnos el teclado de la computadora en casa de mis abuelitos para jugar Wolfenstein: Ernesto se mueve, Eric abre las puertas y recoge objetos, yo disparo.
Más que los juegos, fue descubrir Plaza Meave y las bondades de un Play Station que leía discos piratas. Se trata de turnarnos y volvernos espectadores, muchas veces ver jugar a mis hermanos era más emocionante que jugar yo mismo, sobre todo si había zombies de por medio. Es jugar futbol o Bloody Roar 2 en la Vasco de Quiroga; también es ayudar a mi mamá con el Candy Crush, o buscar en internet algo para jugar cuando me fui a vivir solo. Es armar la reta de Mario Kart y las pizzas antes de que los amigos crucen la frontera.
Mientras enumero estos ejemplos llegan más a mi cabeza. Prácticamente para cada etapa de mi vida puedo evocar un momento en que los videojuegos me hicieron compañía. Mejor dicho, recuerdo casi todo esto porque hubo alguien con quien compartí el videojuego. No es que todos los juegos de mi vida hayan sido increíbles, sin duda muchos fueron malos, pero lo relevante no era la reseña que recibiría el juego en Cybernet o Club Nintendo, sino situarme en comunidad y posibilitar el recuerdo, nostálgico o no.
En estos días de encierro me ha dado por recordar y por jugar. Cuando comenzó el confinamiento, Just Dance fue la opción para combatir el sedentarismo y el tiempo extra en este hogar. Los videojuegos siguen aquí, en mi proyecto académico o incluso en mis quehaceres editoriales, se me aparecen en todos lados.
Y todo esto empezó por dos puntos. En Type:Rider (2013), el jugador asume el papel del signo ortográfico de dos puntos. Su misión es recorrer diez niveles y recoger en cada uno todas las letras del abecedario inglés, un ampersand (&) y asteriscos que te brindan información relevante sobre el nivel en el que te encuentres.
Lo interesante del juego es que cada nivel está dedicado a una familia tipográfica (salvo el primero, en el que se alfabetiza al jugador, respecto a la mecánica del juego y la manera de afrontarlo, así como, de manera paralela, sobre el origen de la escritura y las distintas variantes que surgieron en la Antigüedad hasta llegar al alfabeto latino). Entonces, cada nivel reproduce música e imágenes representativas de la época a la que corresponde cada una de las 9 tipografías: Gothic, Garamond, Didot, Clarendon, Futura, Times, Helvetica, Pixel y Comic Sans (no podía faltar).
Dado que, en apariencia, la intención de este juego es documental y pedagógica, la dificultad de los acertijos y obstáculos por vencer no representa un auténtico reto a pesar de aumentar tras cada escenario. En este sentido, lo más complejo es controlar de manera adecuada a los dos puntos: éstos, por supuesto, no deben separarse, y si uno muere el otro pierde sentido, por lo que debes reiniciar.
Sin duda este juego despierta la curiosidad de diseñadores y de todos aquellos interesados en las transformaciones que ha sufrido la palabra escrita; acerca a su lector a los copistas medievales, por supuesto a la imprenta de Gutenberg, a la litografía, la máquina de escribir, las vanguardias del siglo XX, la autoedición, etcétera.
En fin, tanto para jugadores como para editores Type:Rider es una propuesta sencilla pero que cumple su propósito de buena manera, además está disponible para todas las consolas y en teléfonos celulares. Este juego es un respiro de los juegos de disparo y acción sin freno; su diseño es sencillo, pero con imágenes que remiten tanto a lo editorial como a gran parte de la historia humana, a fin de cuentas, para bien o para mal, mucho del acontecer ha sido plasmado en estas tipografías (en lo personal, Futura y Helvetica son mis niveles/letras favoritas).
Como les decía al principio, en esta ocasión no se trata sólo de analizar un juego. Type:Rider me ayuda a pensar y recordar cómo jugamos, con quiénes y a qué. De pronto ganar el mundial, salvar a la ciudad del virus T o rescatar al personaje en apuros pasa a segundo término. Uno se descubre jugando no para ganar nada, sino sólo por curiosidad (y hasta por aprender, cómo no), para distraerse del virus real que nos ha hecho vivir en este limbo sin tiempo, y para rescatarnos a nosotros mismos por medio del juego y la memoria. Al jugar, aprendemos del otro y de nosotros mismos, de nuestro contexto. Quizá no es necesario competir siempre para jugar ni para divertirse, basta compartir. ¿A qué jugamos ahora?
Vocabulario
Juego
1. Aprovechar lo ambiguo del lenguaje para mostrar ingenio: “En el diccionario todas las palabras juegan al escondite con uno” (Ramón Gómez de la Serna).
2. Entregarse a los designios del azar: “se jugó el campeonato del universo”.
3. Cualquier actividad que sirve para divertirse, como unir puntos: tripas de gato, timbiriche, Type:Rider…
Leave a Reply
You must be logged in to post a comment.