En contra de los libros escaneados. En favor de la cultura

En contra de los libros escaneados. En favor de la cultura

Voy a empezar diciendo lo que todos ya sabemos: leer un pdf es horrible, y si además se trata de un libro mal escaneado, no hay ojos que aguanten ese martirio. Creo que ya es un buen momento para utilizar todas las demás formas de lectura digital que ofrecen mayores comodidades y que cada vez más están al alcance de todo el público.

Cuando entré a la Universidad Autónoma Metropolitana, desde la primera clase conocí y tuve que integrarme al sistema de fotocopias de lecturas por medio de todas las papelerías a los alrededores de la UAM. En cada trimestre, casi todos los maestros abrían un fólder en su papelería de confianza, dejaban ahí sus lecturas y los alumnos íbamos a sacar las copias semana a semana.

Siempre me impresionó ver a toda la gente involucrada, desde quienes te abrían el fólder, los que sacaban copias y cobraban, hasta los técnicos que siempre estaban manchados de tinta, componiendo alguna de las tantas copiadoras que mantenían activa la universidad. Yo pensaba que, en conjunto, por todos esos negocios pasaba un acervo mucho mayor y más atractivo que el que se empolvaba en la biblioteca de la escuela, y muchas veces fantaseé con pedirles al final del trimestre todo lo que indudablemente vendían por kilo como desechos.

Cuando entré a la UNAM, descubrí que ahí el método ya estaba regulado y todo ocurría dentro de la biblioteca de la escuela, ya sea en la Facultad de Filosofía y Letras o en la Biblioteca Central. Supongo que en cada facultad ocurría algo similar. El control que mantenía la escuela era tan efectivo que lo que pasaba ahí no era ni remotamente parecido a lo que ocurría afuera de la UAM, donde todos fotocopiaban con libertad, que en realidad se asemeja más a lo que uno ve al caminar del metro Copilco a CU.

No obstante, a pesar de las diferencias en la forma de distribuir las lecturas, el resultado siempre era el mismo: unas fotocopias espantosas. Todavía conservo cajas con copias de todo tipo, algunas muy limpias y bonitas, que disfruté hojear y leer, pero muchas otras mal engrapadas, en desorden, de cabeza, incompletas y, desde luego, ilegibles.

Todos los universitarios sabemos la hazaña que representa ir leyendo y subrayando fotocopias en el transporte público, pero también sabemos que no podíamos escapar de eso a menos que, en primer lugar, tuviéramos dinero para comprar alrededor de 10 libros en cada trimestre, y en segundo lugar, que esos 10 libros estuvieran disponibles en alguna librería. Como raras veces coincidían ambos milagros, lo natural era sacar las copias de los libros.

Para mí, los libros escaneados equivalen a esas fotocopias horribles que, por necesidad, tuve que leer en la universidad. Son archivos borrosos en los que no se puede editar, subrayar, copiar ni compartir nada. Con esfuerzos se leen. En otras palabras, son todo lo contrario a lo que debe ser un libro electrónico y, a pesar de eso, y al contrario de lo que pasa con las fotocopias universitarias, mucha gente los busca, comparte y lee con entusiasmo.

Muchas veces he dicho (casi presumido) que leí en pdf entre 50 y 60% de los textos que me dejaron en la universidad, desde mi ingreso a la licenciatura hasta mis estudios de maestría, en un periodo de ya 12 años. Ahora creo que ya fue suficiente, todas esas lecturas tan dificultosas me han hecho darme cuenta de que los libros escaneados son lo peor que le puede pasar a la educación y a la cultura, en muy distintos niveles.

Todo esto viene a cuento por la discusión sobre los pdf que surgió estos días después de que una persona, aprovechando que había escaneado para su clase el libro Temporada de huracanes, de Fernanda Melchor, se lo ofreció a quien estuviera interesado. Después de que amablemente le explicaron por qué eso era una mala idea, la mitad de Twitter saltó a defender la distribución de pdf sin importar los reclamos de autores y editoriales.

Actualmente hay muchas opciones que nos permiten leer con mayor comodidad casi cualquier material, y casi todas de manera legal y a un bajo costo, si no es que de manera gratuita. Ya es tiempo de dejar atrás los libros mal fotocopiados, mal escaneados y mal distribuidos. Principalmente, me motiva la experiencia de lectura, pero claro que hay distintas capas sobre las cuales vale la pena hablar.

Como ya dije, los libros escaneados equivalen a las fotocopias. Lo mejor entonces es leer el libro. En este sentido, ¿por qué seguimos buscando libros escaneados (fotocopias) en lugar de buscar la versión electrónica (libro) con todas las comodidades que representa? Casi todos los formatos electrónicos (hasta algunos pdf) nos permiten ajustar el tipo y tamaño de letra, cambiar el fondo, leer desde varios dispositivos, añadir marcadores, copiar, compartir, hacer búsquedas, resaltar, consultar palabras en el diccionario, etc., y eso sin mencionar los dispositivos diseñados especialmente para leer, los ebook-readers, cuyo sistema de tinta electrónica y de iluminación facilita la lectura sin lastimar la visión. ¿Por qué seguimos defendiendo las ilegibles fotocopias digitales?

La accesibilidad tampoco es un problema. Cada vez son más los contenidos disponibles en internet y las opciones de consulta. Existen librerías y bibliotecas virtuales, sitios de descarga, aplicaciones de lectura, editoriales y muchos otros sitios donde se puede conseguir casi cualquier material de manera legal. Si lo que nos preocupa no es la legalidad, sino el precio, sigamos adelante.

En principio, los libros electrónicos valen menos que los impresos. Hay muchas opciones de compra y, en algunos casos, es posible adquirir sólo el capítulo que te interesa consultar (algo muy importante en libros académicos). ¿Por qué seguimos creyendo que un libro electrónico debe ser gratuito? ¿Por qué pagamos por muchos otros productos digitales pero seguimos resistiéndonos a pagar por un libro electrónico?

Hay quien dice que compartir un pdf no afecta ni al lector ni a la editorial, pues si se lee el pdf es más probable que después se compre el libro. Más allá de que el argumento se parece a la absurda frase “trabaja gratis para promocionarte, que luego, si me gusta tu trabajo, te pagaré” (que sufren músicos, fotógrafos, talleristas, diseñadores, entre otros), no se trata aquí de decidir si debemos compartir pdf o no, de si está bien o no, si lo hemos hecho o no, porque la legislación en materia de derechos de autor reconoce y permite la copia privada.

En mi opinión, el problema de estos días recae en la definición de copia privada: si tengo que fotocopiar un libro porque no me alcanza para comprarlo, porque no lo consigo en librerías o porque no lo venden en mi país, es válido hacer una copia privada. Si doy una clase o un taller, me parece válido escanear y compartir las lecturas con los alumnos dentro de los márgenes de lo que representa una copia privada. De eso a ofrecer al mundo entero el archivo que yo digitalicé hay una gran brecha que ya afecta los derechos patrimoniales del escritor.

Eso entiendo yo cuando Fernanda Melchor dice: “Si quieren verse generosos…”; no es lo mismo consultar un material que distribuirlo con la intención de obtener un beneficio, aunque sea el de ganar visibilidad en Twitter. Si quieren fotocopiar un libro, háganlo; si quieren buscar el pdf gratuito, está bien, háganlo, pero no quieran verse generosos distribuyendo lo que no es suyo y que no entra en la categoría de copia privada:

a) Que se lleve a cabo por una persona física exclusivamente para su uso privado, no profesional ni empresarial, y sin fines directa ni indirectamente comerciales. b) Que la reproducción se realice a partir de obras a las que haya accedido legalmente desde una fuente lícita. c) Que la copia obtenida no sea objeto de una utilización colectiva ni lucrativa, ni de distribución mediante precio.”

Alguien dirá que todos los que pidieron el pdf están obteniendo su propia y legal copia privada. Pues sepan que no, porque la copia que estamos descargando es una reproducción (escaneo) ilegal, por lo que queda fuera de la definición de copia privada. Es decir, quien compró el libro puede escanearlo “exclusivamente para su uso privado” porque lo obtuvo de manera legal. Pero al ofrecer al mundo el archivo digital, vamos más allá del uso privado, lo volvemos objeto de utilización colectiva y, en algunos casos, lucrativa.

Pero, sin discutir más si distribuirlo es legal o no, ¿por qué nos esforzamos tanto en consultar un archivo gratuito, aunque sea ilegible, cuando hay muchas opciones cómodas, legales y económicas o incluso gratuitas? ¿Por qué nos molesta que los autores (artistas) quieran cobrar por su trabajo, al tiempo que exigimos al gobierno que apoye a la cultura? El mejor apoyo a la cultura es consumirla, no reproducirla ilegalmente con el pretexto de comprar más después, algún día, si acaso nos gusta…

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