Por Vladimir Villalobos
A Sandro Cohen
Escribo esto desde la computadora que me compré hace diez años (ya no le llega la señal de internet). Diez años antes, para dejarlo en números redondos, me recuerdo entrando en la secundaria. Apenas llevábamos una semana y querían que eligiera un taller al cual dedicaría tres años. Recuerdo que el día de la elección estaba organizada una pelea campal entre los de mi grupo y los de otro (eran cinco, no recuerdo cuál). A la salida, frente al edificio de telégrafos de México algo pasó, algún soplón o entrometido, no sé, pero me sentí aliviado de no tener que participar (porque ¿tenía? que hacerlo). Elegí dibujo técnico porque sonaba más seguro que electricidad y soldaduría, además Ernesto lo había llevado y podría ayudarme, supuse.
Diez años después estaré batallando y haciendo batallar a mis papás porque nomás no puedo terminar la prepa, ya no puedo reinscribirme así que, mientras paso en extraordinarios me sugieren meterme a trabajar. Como buen estudiante de dibujo técnico, conseguí trabajo de cajero en un Wal-Mart, aunque no era tan bueno porque me mandaron al área de sistema de apartado. Tras año y medio de apartar cosas terminé la prepa y dejé el trabajo. Así pude comprarme esta lap que, como buen producto de la obsolescencia programada, tuvo problemas con su batería, su cable de luz y al final con su rendimiento. Además se me cayó una vez (o dos) y ahora su monitor no puede sostenerse por sí solo.
Ahora que le cambié el sistema operativo y está casi como nueva, la veo y pienso que quizás el taller de electricidad, o el de soldaduría, no era mala idea. Aunque en realidad el de taquimecanografía hubiera sido el ideal (¿cuántas decisiones he tomado por el qué dirán?). Hasta ahora que reescribo esta columna me doy cuenta de estas cosas. A veces basta un momento, a veces muchos años, pero al final entendemos, o no y tampoco pasa nada.
De esto va mi texto, de conservar la maravilla del poeta al hacer crítica, o sea que no hay que perder la capacidad de asombro, o que no hay que complicar demasiado las cosas. La rosa es una rosa sin necesidad de citar a veinte autores que nos den la razón. De repente unimos los puntos y podemos ver la figura completa. Por ejemplo, mientras escribía el trabajo final para mi clase de literatura infantil y juvenil, una amiga habla en la radio de las coincidencias que tiene la vida y la lectura. Perla explica cómo la lectura de Liudmila Petrushévskaia se le mostró reflejo de la vida real. Es como cuando descubres el significado de una palabra y de pronto te la encuentras en todos lados. En su caso, el cuento de esta autora rusa la llevó de la mano, casi en sincronía, hacia la llegada de la pandemia a México; en el mío, el covid-19 me trajo el recuerdo de una novela que relata cómo un chico de secundaria logra sobrevivir a una pandemia. La maravilla del poeta en los cuentos rusos y en la novela de la infancia sobre la que hice mi trabajo final.
Pero quizás alguien pueda decirme que no, que sobreinterpreto todo y haber leído Un mundo vacío mientras aprendía a usar el escalímetro nada tiene que ver con el trabajo final que escribí, o que haber entrado a trabajar en un supermercado en lugar de hacerlo como ayudante de electricista sólo se puede relacionar con cualquier otra situación sólo a la fuerza y sin sentido. Y podríamos decir que tiene razón. Ya es bastante raro que venga a compartirles algunos recuerdos con la confianza (la esperanza) de que les resulte interesante y de alguna manera estas palabras los hagan enunciar otras.
Conservar la maravilla del poeta lo tengo anotado en una libreta, creo que la maravilla es que la autora rusa y la novela de mi infancia generen otros discursos y que éstos a su vez potencialmente provoquen otros, y lo mismo pasa con nuestro día a día. En realidad nada está ligado entre sí pero nosotros le damos sentido y lo enlazamos, nomás para atender nuestros deseos y tener una senda que recorrer, como dije en mi texto anterior. En la misma página de la libreta, más arriba, escribí que lo revolucionario conmueve.
Un amigo en Twitter decía seguido que la revolución será estética o no será. Creo que aún me falta hallar el hilo para explicar la revolución bella y conmovedora. Como dije, hoy sólo pensaba en la maravilla creadora que debe perdurar y multiplicarse, por medio de la lectura, de la reescritura, de la conversación, del cuidado mutuo. Y esta maravilla de la que habló el profesor en clase (o que no dijo pero me hizo pensar en ella), por más que surjan algoritmos novedosos y aparatos capaces de imitar al cuerpo humano, por más que aprendan de métrica y se les vacíen todos los diccionarios habidos y por haber, no lo puede hacer un robot.
Vocabulario
Robot
1. Entidad artificial que aparenta tener un propósito propio al realizar actividades.
2. Persona que actúa de manera mecánica: “Taller de cómputo / se vacían las teclas / desesperanza”.
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