Por Vladimir Villalobos López
Los cuentos infantiles clásicos como la Cenicienta, afirman los más sabedores en la materia, no estaban pensados de manera exclusiva para el público infantil. El asunto, dicen, era relatar estas historias para que las escuchara todo el mundo (que alcanzara a escuchar). Ya después cada quien entendería lo que su edad/experiencia le permitiera. Por supuesto, en estas narraciones orales intervenía (o interfería) la calidad e intención del pregonero (narrador, juglar, cantor…), también la atención que se le pusiera, el ruido que se encima a algún fragmento importante para la trama, la lluvia que interrumpe el relato, etcétera.
Como tal no existe una versión original, oficial o pura de estos relatos que nacían pensados para un formato distinto al impreso, ya mencioné algo de esto en un texto previo. En los formatos plaza pública o historia de buenas noches no se buscaba fijar las fabulaciones, al contrario, cada aventura, dificultad y triunfo era siempre otra en potencia —aunque sí se recurría a trucos que permitieran recordar la historia, como muletillas, canciones y frases hechas—. Mientras la esencia fuera la misma, era posible generar variaciones en torno a estos relatos hablados.
Pienso en aquellos casos en los que la historia fue interrumpida o escuchada a medias, a cada uno le tocaba completar la historia, quizá con lo que escuchó la vez pasada, con lo que se imagina o con lo que un tercero le cuenta. En la actualidad hacemos esto de manera cotidiana. Cuando no podemos terminar de ver o de leer algo, acudimos con alguien que sí lo haya hecho para que nos platique. También es común que en medio de una conversación nos pregunten por esa serie que nos tiene enganchados: “¿De qué trata?, ¿me la recomiendas?”.
En este punto sale a relucir la habilidad de cada uno. Conozco personas que pueden contar lo que sea y hacerte sentir cada emoción; incluso cuando cuentan su ida al supermercado se vuelve una aventura de la que los oyentes se sienten partícipes. Otros no somos tan elocuentes: “no te la quiero arruinar, mejor vela tú, está buena” es la salida más fácil, aunque no por eso menos sincera. Estos cuentacuentos, además de un buen uso de la voz, el cuerpo y el espacio, tienen habilidades editoriales.
Tal vez debería decir habilidades curatoriales, para que los editores de libros no se sientan asaltados, aunque entonces los curadores… El asunto es que una buena narración omite, o disfraza al menos, las partes accesorias y aburridas; también conoce a su público, sabe qué lenguaje o qué tipo de bromas serán más efectivas. En otras palabras, reescribimos nuestra cotidianidad (en el caso de la anécdota personal) y reescribimos también las obras que contamos y platicamos a alguien más (incluso a nosotros mismos).
Hace poco me recordaron aquella amenaza/regaño que nos hacía mi papá cuando nos increpaba: “¿Quién fue? Tengan el valor civil de aceptarlo”, en Guerrero era valor moral y no civil, ¿o al revés?; pero de cualquier manera en ninguna familia los niños sabíamos qué era eso del valor civil, aunque sin duda sonaba serio. ¿Qué mecanismos se mueven para recordar justo esa anécdota y traerla a colación en lugar de cualquier otra? Aunque creo poder trazar un mapa de cómo mis ideas fueron de los cuentos infantiles a este recuerdo, en realidad lo mejor sería omitirlo y seguir adelante, antes de que algo falle y debamos imaginar el final.
Así como cada uno narra su vida, también todos nos enfrentamos al texto de distinta manera, tanto al entenderlo como al recrearlo (otro modo de entender). Todo esto surgió por la idea errada de que un audiolibro es apenas el resumen de la obra original. ¿Es más válido leer tu saga favorita, ver las películas, escuchar los audiolibros, buscar el resumen en internet o pedirle a alguien que te la cuente? Depende de tu tiempo y tus posibilidades materiales y del para qué, siento.
Para asuntos urgentes, el resumen, leído o contado basta. La película (serie, cómic, obra de teatro) es una remediación de la obra y no busca reproducirla por completo (edita aquellos asuntos que no encajan o que no interesan en la estética del creador y del medio que se trate. El audiolibro, por su parte, es la lectura en voz alta de alguien más: palabra por palabra (aunque también hay resúmenes) transmite al oyente la obra. En términos prácticos suele ser más lento, pero también puede ser más cómodo —sin mencionar que, para determinados textos y en situaciones particulares, que alguien más te cuente la historia, como en el formato plaza y con las historias “infantiles”, se vuelve particularmente agradable.
Por último, está la versión textual escrita original, ésta suele ser más socorrida por los estudiosos y los que aspiran a conocer la obra pura y sin intermediarios. Aunque en este punto no resulta difícil entender que se trata de una ilusión, sobre todo cuando se trata de obras antiguas. En cada edición, traducción, reimpresión e incluso relectura, la obra es otra, ya sea por que antes habían censurado un fragmento, porque ahora un prólogo del crítico afamado trata de explicar la obra, porque el marketing ahora te vende la idea de que leer la novela es un método anticonceptivo infalible y te hará mejor persona, o simplemente porque tú, como lectora, has cambiado y entiendes el texto de otro modo, gracias a tu experiencia vital.
Que no nos vendan la idea de que el formato libro, nomás porque es el formato libro, es superior a cualquier otro (tampoco hay que reproducirla). Un cuentacuentos puede entusiasmar tanto como cualquier edición príncipe. En gran medida dependerá de la edición que se haga en cada caso, de escuchar y leer al público.
Vocabulario
Valor cívico
- Entereza de los ciudadanos para cumplir sus deberes, sin dejarse acobardar por amenazas o peligros: No delatar a tus hermanos ni ser delatado por ellos.
Leave a Reply
You must be logged in to post a comment.