Vender recuerdos y crearnos futuros hoy

Vender recuerdos y crearnos futuros hoy

Vladimir Villalobos López

Hace unos días escuché una presentación sobre cómo apelar a la nostalgia se ha vuelto uno de los métodos favoritos para llegar a la mayoría económicamente activa. Traer de vuelta caricaturas como Rugrats o Dinosaurios son sólo un par de ejemplos.

Como ese aroma a sopa de fideo que nos regresa a los días de infancia en los que la familia se reunía en la mesa para compartir alimento, nos ofrecen productos y creaciones de ese entonces esperando que volvamos a ellos como cuando éramos pequeños, con la diferencia de que ahora el “¿me compras ese juguete, papá?” se ha cambiado por la posibilidad de darnos ese lujito nosotros mismos, o de quererlo para acercar a nuestros hijos aquellos personajes que en su momento nos marcaron cuando teníamos su edad.

Este sentimiento de añoranza también explica las reacciones exageradas que nos producen las versiones más actuales de historias como la de Mulán, o de personajes como La Sirenita, Robin, o tantos otros personajes a los que se les cambia el color, la nacionalidad, el género o cualquier otro detalle que nos hace emitir el implacable e inapelable “la historia original era mejor”. Como si la Ariel de nuestra infancia fuera la misma que Hans Christian Andersen plantea en su cuento de hace casi doscientos años.

El vivieron felices para siempre fue algo más reciente, como ahora que se busca incluir a minorías en las actuales historias para niños. No sé si cambiar a Ariel de color tenga la misma repercusión que la historia de los X-Men en cuanto a inclusividad y a la importancia del sentido de pertenencia, pero siento que se trata de una manera fácil de atraparnos a los adultos con historias de nuestra niñez, aunque con planteamientos que buscan llegar con su mensaje y sus personajes a las generaciones más jóvenes.

Nuestra sopa de fideo ya la prepararon con ingredientes distintos a los que estábamos acostumbrados, y está bien. Habría que ver, probar y analizar si la historia, el mensaje y la manera en que se presentan vale la pena. A mi generación el cuento de vivieron felices para siempre nos ha resultado complicado. Entre el encarecimiento de la vida, la disminución de oportunidades que lucían obvias y fáciles para nuestros padres (¿en verdad lo serían?), de pronto parece que sólo nos queda mirar atrás y tratar de agarrarnos de nuestros recuerdos felices. Por eso nos brinca que las alteren, creo.

Al final, prácticamente todo es refrito y una versión distinta de algo anterior. Suele ser más simple mirar atrás a lo conocido, aunque esté deformado por la memoria y la perspectiva que ahora tenemos de la vida, que mirar adelante e imaginar un futuro promisorio. En la literatura, la ciencia ficción apostaba por futuros con autos voladores, viajes en el tiempo, inteligencia artificial y contacto alienígena. Los menos optimistas, y a manera de advertencia, elucubraban distopías en las que la carencia era lo único seguro. La inequidad, la falta de recursos, la tecnología vuelta en nuestra contra y la imposibilidad de una vida cómoda en un mundo agotado por la sobreexplotación de sus recursos se volvieron populares y un tema socorrido. Incluso la muerte de casi toda la población en la Tierra a causa de guerras, pandemias, zombis y otros desastres químicos advertían la fragilidad de nuestra manera de habitar en el planeta.

No es posible el retorno al pasado idílico, y las historias apocalípticas ya no revelan mucho. Las crisis energéticas, ambientales, sociales, y ahora de salud con la pandemia, nos demuestran que ni siquiera el fin del mundo (¿habrá un registro de cuántos fines del mundo ha inventado la humanidad?) es como nos lo pintaban los cuentos. La advertencia de catástrofe la tenemos frente a nosotros y ahí ha estado desde hace mucho. Ya no es necesario pensar en futuros Warboys o en Rick Grames. Incluso en medio de las hordas inagotables de no muertos, los humanos resultan ser el principal peligro para sí mismos.

No hay conclusión para este texto, o al menos no la encuentro todavía. Pero así es mejor, no me atrevo a afirmar que todo tiempo por pasado fue mejor, ni que el futuro luce negro y lluvioso como ahorita que escribo esto. También hay historias, y aparecerán más, en las que sean posibles vidas más alentadoras y en las que la falta de agua, por ejemplo, no sea una preocupación para nadie. Siempre hay propuestas e iniciativas, y suelen surgir del vecino y los amigos más que del gobierno o del agente de marketing en turno. Las historias y las sopas me gustan más por compartidas que por su fecha de caducidad (porque así no caducan). Cuídense.

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