Cuanto mayor es la distancia, más profundo es el recuerdo

Cuanto mayor es la distancia, más profundo es el recuerdo

Vladimir Villalobos López

«La voz interior es siempre un
recuento de catástrofes y barroquismos.»
Gabriela Wiener
«Cuando se cae, no es el pie lo que ha fallado.»
Proverbio chino

Fue hasta la prepa cuando tuve que usar el transporte público en serio. Para llegar a la primaria basta caminar durante cinco minutos, lo único pesado es la mochila llena de libros y de otros tantos cuadernos, forrados cada uno con colores distintos, o todos parejos, depende de la maestra. Para la secundaria la distancia es del doble, y hay que cargar el portafolio de dibujo y la regla T, pero nada más, no había falla. Además mi mamá me llevaba, o nos llevaba, porque casi siempre compartí trayecto con alguno de mis hermanos.

La diversión también estuvo cerca, por lo que aprender a andar en bici nunca fue una prioridad. “Es mucho riesgo y poca la necesidad”, pensaba. Sólo para ir al cine o a las maquinitas de Plaza Coacalco necesitaba el transporte, y según las tarifas nunca estuve a más de 5 km de casa. Las canchas de fut estaban cerca, las casas de mis amigos también, incluso tener el mercado en la esquina evitaba que me fuera a perder por ahí.

Durante las primeras semanas (¿o meses?) mi mamá me traía a la prepa. El trayecto es de una hora. Tiempo después descubriremos que ella no quiere decirme que ya me vaya solo, ni yo quiero hacerla sentir mal diciéndole que ya no me acompañe. Lo bueno de estudiar en la tarde es que el tránsito es poco de ida; el regreso suele dar más problemas. Una hora, una hora es tiempo suficiente para escuchar mis discman a todo volumen, para aprenderme las caras de los viajeros recurrentes o para avanzar a las lecturas del día. Aunque una hora también es tiempo de sobra para que algo salga mal, para que un accidente me haga llegar tarde.

Por ejemplo, la otra vez salí a las nueve de mi última clase. Elegí irme en el camión Indios Verdes, porque es más cómodo y barato (aunque dicen que no tan seguro ni rápido), en lugar de la combi que sale de La Raza. Estuvo lloviendo toda la tarde y pasó lo que pasa cada que llueve, la autopista se volvió río y la hora de camino se transformó en tres. Al menos pude leer más y conocí a Karina, una chava que se sentó junto a mí y que, después de quedarse dormida, babear mi hombro y despertar para darse cuenta de que el camión no avanzaba, me hizo la plática y nos hicimos amigos, al menos en lo que duraba el viaje.

Ahora leo Estación Tula, de un tal David Toscana y este año salgo más tarde (a las 10 pm es mi última clase, la de Ética), pero ya me acostumbré a viajar de noche, con todo y los contratiempos que llegar al DF y salir de él significan. Esta novela de Toscana está divertida, es sobre un pueblo en el que pasan hartas cosas y son bien necios, primero porque el gobierno quiere que midan las cosas como nosotros, usando metros y kilómetros, pero los del pueblo dicen que no, que ellos siempre han usado las varas y que las seguirán usando. El problema mayor es que el gobierno les dice que el ferrocarril no tendrá estación en el pueblo y ellos se molestan y empiezan a hacer su propia estación. Total que el pueblo es como otro personaje de la novela, y también está metido en los chismes y en las intrigas de amor y en los dimes y diretes políticos. Está divertida, a ver cómo acaba.

En algún momento alguien me dijo, o me dirá, que en la ciudad había un plan para que el metro recorriera todo el Periférico, también es una promesa de campaña ampliar el metro hacia la López Portillo, o sea que casi casi podría llegar caminando al metro desde mi casa. Pero sospecho que es de esas promesas que sólo son mentiras, de las que critican mis abues cuando vamos a visitarlos, cada quince días. No me molesta viajar tanto, pero supongo que en algún momento podría cansarme, aunque no sé por qué pienso eso ahora. Si me dijeran que en unos años pasaré 24 horas a la semana en el transporte, no le creería, o tal vez sí, pero no me importaría, más tiempo para leer, supongo.

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Parece que en Estación Tula la civilización quería llegar a su manera, en kilómetros, aunque sin la estación que querían sus habitantes (ahora recuerdo que los habitantes derriban la estatua del fundador, por fundar el pueblo en un lugar tan cucho). Quizá no era tan descabellado lo que decían los personajes de Toscana sobre no dejarse imponer cosas. Debería leerlo de nuevo.

A la López Portillo nunca llegó el metro, ni al Periférico. Aunque sí, para la universidad me aventaba 24 horas de viaje a la semana. Por eso mis papás ahora me ayudaron con la renta de este cuartito junto a la UAM, gastan un poco más que en mis pasajes, pero al menos ahora no me quedo dormido en clases, o en el metro, o en cualquier lado.

En la clase de Virreinal nos cuenta el profe sobre los últimos ríos y canales que sobrevivieron a la ciudad. Entre clases, Cristian nos platica su desconfianza y el rechazo que comparte con sus vecinos de Tláhuac por la inauguración y el cierre de la línea 12 del metro.

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La ciudad se vive y se sufre distinto según el número de varas que te separan de los lugares que tratamos de habitar. Al estilo de Toscana, la ciudad, el vecindario, la casa misma, puede ser un personaje agradable, o no. La capacidad de moverse es un aspecto revelador sobre el nivel de dificultad que debemos superar cada día. Pinches chales con esta ciudad brutal, diría el detective Filiberto García. Pinches distancias, pinche Estado criminal, pinches transportes mal hechos, pinches sirenas sonando toda la noche… pinche silencio multiplicado veinticinco veces.

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