Por Vladimir Villalobos López
Ahora que la vida, para no ponerla en riesgo, nos recomienda quedarnos en casa, acudimos a la literatura y al cine (o a las series) para matar el tiempo lejos de los seres queridos. Entre este vivir y matar pasan los días (algunos ya saben hacer pan de plátano: dichosos los que tienen un horno funcional). Recién el pasado Día del Libro y la entrega de los premios Oscar tuvieron sus actividades acostumbradas, aunque la falta de ángel en el primer día y de películas que causaran revuelo en el segundo fue evidente.
Bueno, ésa es mi percepción, no soy un experto en Días del Libro ni un crítico de cine experto. Qué tanto nos ha trastocado la creatividad esta pandemia. La gran obra sobre estos tiempos vendrá en tiempos aún lejanos. Ya vimos que la inmediatez, aunque con honrosas excepciones, suele traer consigo sopas editoriales oportunistas y discriminatorias o películas “especiales” sobre el home office mirreyezco. Nos falta perspectiva y distancia y digerir todo lo que ha pasado y aquello que dejó de pasar. Ve tú a saber, en 2016 Juan Villoro ganó el Premio Hispanoamericano de Poesía Ramón López Velarde y fue hasta el año siguiente que tuvo la ocurrencia de escribir su primer poema.
Nos falta distancia y tacto. Ahora veo cómo las series (según les invierto menos tiempo que a una película, ja) se dedican a retratar un mundo covidioso, como si no fuera suficiente vivirlo y morirlo a diario, ahora hasta en la sopa nos lo tenemos que chutar. Claro que la necesidad de cubrebocas es más fácil en una serie de doctores que en una de policías y ladrones. Los policías se cuidan menos, es mi conclusión (es curioso que el rostro deba aparecer sí o sí ante la cámara, ¿los personajes se reducen a una sonrisa?).
Pero si esta abrumadora oferta de series que giran en torno al covid resulta problemática, ver programas más viejos tampoco es mucho mejor. Al menos a mí me causa serios conflictos ver la nula distancia entre los personajes o las grandes concentraciones de personas que a veces se presentan. Claro, en el transporte público la sana distancia quizá nunca fue sino una ocurrencia simpática, pero ver los amontonamientos en hospitales, bares, calles y demás locaciones de series anteriores al 2020 no deja de resultarme raro.
Más allá de las deformaciones que la pandemia ha creado en nosotros, que las series privilegien mantener el rostro descubierto por encima del correcto uso del cubrebocas no es mi decisión favorita. Obvio que la detective Benson no tiene la obligación de educarme sobre las medidas de seguridad para evitar contagiar y ser contagiado, pero ¿qué dice de ella como paladín de la justicia al mostrar tan poca empatía con los demás? Ya sé, ya sé, en México ni las autoridades dedicadas a la salud terminan por aceptar el uso del cubrebocas, ni modo de exigirle más a un personaje ficticio. Por cierto, y pensando en aquello de la perspectiva, haber reducido el coronavirus a una gripita, a pesar de los meses de distancia entre la aparición de la enfermedad y su inminente arribo a México, es algo que aún debe explicarse (más ahora que se busca el regreso a clases en un país sin las condiciones para eso). Enseñar a cuidar la vida, para empezar.
Pensaba en estas anomalías de las series televisivas mientras leía Banana Street, una novela negra escrita por Macaria España. Editado en 2020 (hasta ahora noto que es del año pasado), nos cuenta la difícil vida que ha sufrido Isabel en uno de tantos barrios precarios de la Ciudad de México, su huida al norte y su regreso en busca de venganza. Aunque con una primera mitad muy disfrutable, ingeniosa, bien planteada y con una morra protagonista que invita a la empatía, desafortunadamente la historia no se sostiene y una aparente prisa por resolver los conflictos me dejaron con una sensación de ser correteado y apurado al final, como cuando empiezan a recoger las cosas alrededor de ti para ver si te van dando ganas de irte a tu casa.
Si la detective Benson (sigamos con la referencia de La ley y el orden, que no por nada ponían estas series en casa desde que yo era niño) adolece de sus medidas para proteger(se) en la pandemia, IsabelTierra Frías (también llamada La Venganza) es presentada como una mujer que por la violencia que la rodea y acosa en todos lados, termina por viajar a los Estados Unidos. Allá conoce “la verga” (así se llama la pistola justiciera que le da un amigo), y vuelve a México como una heroína. El espectador sabe que Benson ha pasado por muchas cosas y que, humana a fin de cuentas, se equivoca y acierta y atrapa a los criminales. La Venganza pasa muy rápido de ser víctima a ser todopoderosa y a justificar cualquier acto que le permita desquitarse de quienes le hicieron daño.
Incluso mientras trato explicarme sin contar demasiado para no arruinarles la lectura, me doy cuenta de que el final llega muy pronto. Pero prefiero quedarme hasta el primer capítulo y medio (el libro está dividido en medios capítulos y son 2 ½). Quizá la edición-escritura en plena pandemia no ayudó. O, como decía al principio, falta perspectiva y distancia para conseguir esa obra representativa (de uno o de su época). De cualquier forma, las “detectives” protagonistas en la novela negra no son abundantes y se agradece que aparezcan más.
Háganle caso a la vida y cuídense, y si saben de películas imperdibles que hayan salido en el último año les agradeceré el dato. Hasta pronto.