Por Roberto Feregrino
I
Desde hace unas semanas —lunes tras lunes—, Fondo Blanco publica una serie de entrevistas audiovisuales en Youtube y sus redes sociales, con el nombre de Rostros de la edición, cuyo objetivo es escuchar (y transmitir) la opinión de editores, ilustradores, escritores, periodistas, correctores, etc. que narran las peripecias que han sorteado en un mundo editorial que cada vez crece más en los márgenes con proyectos independientes que no concuerdan con los ideales de instituciones que otrora delineaban el camino a seguir en la literatura, las condiciones y quienes serían sus representantes más selectos. Ahora el mundo es otro, las necesidades son otras y las apuestas son diversas, no obstante, los representantes, muchas veces, no cuentan con la infraestructura o los conocimientos, así que deben ir aprendiendo sobre la marcha el oficio/arte de la construcción del libro.
Este que escribe intentará tener un diálogo, un destello de luz —si se puede— con aquellos entrevistados que aportan ideas desde su experiencia; mi intención es dilucidar un poco, mediante la letra y la oralidad, un tema escurridizo e inasible que nos ronda desde finales del siglo pasado: ¿para qué se publica, quién lee a los que escribimos y cuál es el papel de los editores en todo el proceso de selección, cuidado editorial y distribución?
Cabe destacar que se trata sólo de una reflexión, acaso sesgada, de lo que nos platican los invitados a Rostros de la edición.
¡Bienvenidos y pasen adelante!
II
El lunes 21 de septiembre se publicó una larga entrevista con el editor —y también poeta— de Gorrión Editorial, Abraham Peralta, en la que expone las vicisitudes que enfrentan como editorial independiente, la utilidad (o no) de la poesía en pleno siglo XXI y por qué emprender un proyecto desde una trinchera periférica cuando hay tantos otros editores y escritores apostándole a la independencia.
Primero, el problema de la lectura-escritura es general: habrá quien dice que ya no se lee ensayo; otros más, que no se publica cuento porque las editoriales apuestan a la novela; unos, que el teatro necesita ser promovido no sólo en el tablado, sino en su lectura; y otros tantos, que la poesía está marginada, como lo ha estado siempre. La cuestión aquí es dejar a un lado los partidismos, es decir, salirnos de nuestras trincheras para pensar cómo dirigir aquello que ya está publicado a un público que constantemente se encuentra bombardeado de “nuevos proyectos independientes” que han tomado la decisión de salir del centro y alzar la voz desde la periferia. Lo marginal. Una suerte de autoexilio para contraatacar con un arsenal casero a los grandes monopolios que tienen copada la industria editorial: la impresora casera de la editorial equis que publica a sus amigos contra las imprentas de la editorial ye que diariamente tira cientos de ejemplares entre nuevas ediciones y reediciones. Es un juego difícil, es cierto, pero no imposible.
En el siglo pasado, los escritores foráneos —pienso en Arreola, Rulfo o López Velarde— tenían que venir al centro del país para acceder a la vida cultural de México, en busca de alguna plaza de maestro, alguna revista o, en su defecto, un trabajo que les permitiera subsistir mientras en sus ratos libres se dedicaban a la escritura y publicaban en algún periódico o recibían alguna beca en el Centro Mexicano de Escritores en contubernio con la Fundación Rockefeller. Los tiempos son otros, claro; hoy ya no tenemos la imperiosa necesidad de trasladarnos a la CDMX para publicar porque en Querétero se están gestando cosas, en Guadalajara, en Monterrey, Oaxaca, Puebla, Tijuana, Mérida.
Volviendo a esa necesidad de emprender un proyecto autogestivo, Pablo Cueto (titiritero) tuvo que crear un espacio propio porque la situación así lo demandaba, asistir a talleres, hacer escuela, pues. Es admirable, lo aplaudo, sin duda, ya que es una manera loable de alzar la voz y expresar inconformidad de aquello que ha sido copado por los grandes monopolios escénicos, editoriales y escriturales. Ahí está sobre la mesa lo que sucede con Letras Libres, Nexos y la editorial Cal y Arena.
El gran problema es que habiendo tanto editor, escritor, artista visual marginales y periféricos, no logran posicionarse en la preferencia del público que, digámoslo claro, pasa la mayor parte de su tiempo en las redes sociales y no destina un lapso, aunque breve, para solazarse en la lectura de ensayos, teatro, cuento, poesía o novela; y, si acaso lo hace, recurrirá a escritores canónicos, de esos que inundan nuestras librerías de prestigio. Si a esto le añadimos que Facebook es, por antonomasia, la herramienta de los creadores marginales, es fácil concluir que saturamos al público, que no atina si leer una selección de poetas de 1994 en fotocopias editada por la editorial Zeta, una revista digital de minificciones o la publicación más reciente de Alfaguara.
Sí, hay mercado para todos, pero cuando escuchamos que algunos padecen, que su material no se mueve más que entre sus amigos o familiares, nos hace pensar en qué está ocurriendo en realidad y si es rentable este trabajo o, sencillamente, es el arte por el arte o por la mera vanidad de publicar (el autor quiere vender su libro; la editorial, ir a ferias del libro, ensalzar su material, que la gente los mire y no se queden en las manos de esos amigos entrañables; o quizá me equivoque y únicamente quieran emprender un proyecto selecto entre unos cuantos, sin fines de lucro). ¿Existen editoriales independientes con apuestas interesantes? Miremos lo que está haciendo Almadía, Bonobos, Mantarraya Ediciones, Ditora, Elefanta o Textofilia, sólo por mencionar algunas que se han unificado decorosamente en los márgenes.
Otro camino es orientar la lectura, fomentarla en reuniones en las que se explique qué es y hacia dónde vamos con todo esto del autoexilio. Hay tantos haciendo teatro y novela como poesía y cuento, pero el lector decide irse a la segura y tomar entre sus manos la reedición de un libro de Gabriel García Márquez, Juan Villoro o Sor Juana Inés de la Cruz, porque sabe que no hay margen de riesgo, ya son autores consagrados. Darle homogeneidad y orientación a la periferia permitirá la solidez que se requiere para mirar de frente al monopolio, porque nadie duda que hay calidad en su proceso, algo que agradecemos los lectores.
Esto es una urgencia no sólo en la poesía (y los poetas) que suelen caer en el lugar común de que hay más poetas que lectores; o que la poesía no deja nada, que la poesía esto o la poesía el otro, como si fuera el género casi místico que precisara verse en vitrina porque aquellos que la detentan se han subido a un pedestal, aunque saben (y dicen) que de eso no se vive; entonces ¿para qué escribir?, ¿para qué publicar? No, la poesía no es el único (ni el más brillante) sector de la literatura que está atravesando por una dificultad, ni tampoco quienes la ostentan son los seres intelectuales que necesitamos para ser salvados de la ignorancia, aunque espero que de su arrogancia sí.
En este proceso intervienen los promotores culturales, casas de cultura, talleristas, maestros y más para difundir tanto aquello que esté en lo marginal —y es loable— como aquello que esté en lo no marginal —que también lo es—, porque, como dice Abraham Peralta, “basura hay en todos lados”. Será la única vía en que podremos mostrar cómo el canon ha cumplido su función y se precisan nuevas voces que nos muestran un nuevo paraje. Decía Ignacio Padilla (QEPD) que había que olvidarnos de las vacas y el campo rulfianos, no peyorativamente, sino apostando a la nueva manera de narrar y construir historias.
El día de hoy, en punto de las 7:00 pm, por la página oficial de Fondo Blanco de Facebook, se presentará Novilunio, el poemario de Abraham Peralta, en el que versifica su experiencia de ser padre (y madre a la vez), un buen pretexto para escucharlo y abrirnos a la posibilidad de conocer qué se está haciendo en la poesía en estos momentos en que la cultura adolece de muchas maneras; la ignorancia o la indolencia son las más pesarosas, sin duda.
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