Por Luis Carlos Carabel
La primera vez que escuché sobre los lectores de libros electrónicos fue en 2001. Lo recuerdo muy bien porque me lo dijo mi hermano Manuel, quien siempre ha estado muy adelantado en cuestiones de tecnología. Por alguna razón que no alcanzo a imaginar, en esos años él ya sabía “algo” sobre los ebook readers. No puedo recordar en dónde se enteró sobre los lectores electrónicos porque en esos años no teníamos internet y él todavía no era aficionado a las revistas, aunque todo lo digital no nos era tan ajeno.
Me dijo que en Estados Unidos estaban haciendo unos libros electrónicos, así nomás, es decir, una máquina donde podías leer libros; que todavía no los vendían en México, pero que muy pronto llegarían, aunque serían muy caros. Supongo que, como a los dos nos gustaba leer, le pareció que era una noticia que debía compartir conmigo. Como no teníamos internet, lo único que pude hacer fue imaginar cómo funcionarían. Lo primero que pensé fue que tendrían hojas electrónicas, pero no imaginaba cómo se podría cambiar de página (algo que, naturalmente, ahora me parece muy intuitivo). Creo que sólo podíamos compararlo con una calculadora: una máquina que, en lugar de hacer operaciones matemáticas, nos mostraba libros. Lo cierto es que desde entonces supe que existían y esperé inconscientemente a tener uno en mis manos.
Sé que me lo dijo en 2001 porque yo iba en la secundaria, y sé en dónde estábamos cuando me lo dijo. A partir de ahí es fácil recordar las fechas. Mis papás compraron nuestra primera computadora, una Compaq Presario 5461, en el año 2000, y rápidamente nos acostumbramos a usarla. Teníamos Office 2000, hacíamos nuestros trabajos en Word, los salvábamos en disquetes de 3 ½ y nos los llevábamos a imprimir al café internet, porque la impresora llegó después. En 2002 se compraron su primer celular y también aprendimos a usarlo sin problemas. El internet llegó a la casa en 2006 y a partir de entonces no nos hemos desconectado. Todos esos dispositivos se fueron a la basura hace muchos años, cuando la tecnología los superó.
La siguiente fecha importante fue 2013, cuando finalmente compré el Kindle Paperwhite a unos meses de que empezara a comercializarse en México. Lo recuerdo como si fuera ayer. No es que estuviera buscándolo, ni esperándolo con ansias todos esos años, sólo sucedió que vi algún anuncio sobre el Kindle justo cuando recibí un buen pago por el trabajo de todo el año. Como en realidad no sabía todavía nada sobre los lectores de libros electrónicos, tuve que ir a Gandhi para verlo en persona. El vendedor hizo muy bien su trabajo y regresé a casa directo a llenarlo de libros. El precio todavía ahora me parece ridículo. Pagué algo más de $3000, si no recuerdo mal. Me parece muy poco si tomo en cuenta que sigue funcionando a la perfección casi 8 años después.
No haré (en este momento) una apología del Kindle Paperwhite, pero sí diré que ninguna tableta, computadora ni celular me ha durado tanto. Lo que me interesa en esta nota es destacar la tecnología de ese pequeño aparato que puede revolucionar por completo la forma en la que leemos.
Para muchas personas, los ebook readers siguen siendo como las calculadoras, los reproductores de música o, incluso, las cámaras fotográficas: máquinas obsoletas que hacen algo que el celular puede hacer. Todo está en el mismo dispositivo. ¿Para qué cargar con una calculadora o con cualquier otro aparato si puedo hacerlo todo con el celular? En aras de la simplicidad, yo también prefiero hacer todo desde el celular, pero si se trata de leer un libro, prefiero siempre cargar el Kindle.
Las calculadoras sirven muy bien de ejemplo para comparar la maravillosa tecnología que representan los lectores de libros electrónicos. Desde que se inventaron las calculadoras de bolsillo, no han tenido ninguna innovación tecnológica radical; no hay nada que mejorarles porque desde el inicio cumplen su función. Del mismo modo, la tecnología de tinta electrónica de los primeros ebook readers ha superado la prueba del tiempo y los primeros lectores siguen funcionando sin mayores cambios. ¿Qué le cambias a algo que funciona bien?
A los nuevos lectores les cambian un poco el tamaño, un poco los botones, un poco el diseño, los hacen resistentes al agua, más ligeros, les ponen más memoria, pero desde las primeras versiones (como mi Kindle, de 2013) tienen ya todo lo que necesitan: pantalla retroiluminada, conexión a internet, almacenamiento suficiente para cientos (o miles) de libros, además de todas las comodidades que de por sí ofrecen, como el texto fluido, la posibilidad de modificar el tamaño y el tipo de fuente, resaltar, hacer notas, compartir el texto, traducir o buscar en el diccionario cualquier palabra, entre muchas otras cosas que sólo quienes no las aprovechan tienen el atrevimiento de despreciar.
Hace algunos años, el director de la Cámara Nacional de la Industria Editorial dijo con insolencia que los ebook readers, hechos de petróleo, contaminaban más que mil libros impresos. Muchos de los que estaban presentes asintieron y sospecho con temor que eso sirvió para que abandonaran cualquier intención de hacer libros electrónicos, o aligeró su culpa ecologista. Yo enciendo mi Kindle en 2021, el mismo dispositivo que tanto contaminó en 2013 y que espero aprovechar mucho tiempo más, y me quedo pensando en la cantidad de celulares, tabletas y computadoras que he comprado y tirado en todos estos años. Más que eso, pienso en el número de libros que la industria editorial imprime mes con mes sólo para cumplir con tirajes que muchas veces no llegan a los lectores.
Cada vez hay menos cosas que sirven para durar. La obsolescencia programada es el mal de este siglo y creo que es un buen momento de aprovechar las tecnologías que pueden durar muchos años. No quiero entrar al debate de los libros impresos contra los libros digitales, sino invitar a los lectores a cambiar la pantalla del celular por la de tinta electrónica. Es uno de los pasos necesarios para renovar la industria editorial.
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