Por Cisnette
¿De qué hablamos cuando decimos que nos gusta leer y que amamos los libros? Es una pregunta que me hago, sobre todo en estas fechas, cuando veo que las redes sociales se inundan de nuevos propósitos que tienen que ver con libros. El preludio de tales propósitos son las publicaciones en las que salen a relucir comentarios y críticas —sobre todo críticas— en relación con la cantidad de libros que debimos leer en cierto tiempo. El escenario, aun en medio de la adversidad, es el mismo de cada año: nos escandalizamos por las cifras tan bajas de lectura a nivel nacional al tiempo que nos proponemos leer más de lo que los ojos y el entendimiento humanos son capaces (inserte suspiros).
Lo cierto es que, sea que se lea mucho o nada, sigue dominando la idea romántica (egoísta) sobre los libros y la lectura. En muchos casos —más de los que me gustaría contar— he notado que las personas aman los libros por la pose (la idea preconcebida) que se crea al rodearse de ellos. Es decir, aman los libros y la lectura porque los mantiene vigentes en un círculo que, permítanme decirlo otra vez, es excluyente.
Muchos discutirán aquí que lo anterior no es cierto, que existe un gusto genuino por leer, porque en los libros han encontrado el refugio ante la adversidad, porque desde niños les enseñaron que los libros son buenos, porque disfrutan conocer historias mediante ese objeto que reúne imágenes, diseños, letras y otras cosas, porque sí y poco más. De acuerdo. No hablo de que la lectura sea privilegio (o gusto) de unos pocos, hablo de que los lectores más avanzados (que muchas veces suelen ser también autores, críticos literarios, editores) no buscan las maneras de que la población lectora (aquella a la que aún nos cuesta trabajo llegar) aumente. ¿Por qué tendrían que hacerlo? Bueno, pensemos en la utilidad de los libros y de lo que aprendemos de ellos más allá de inflar egos y fingirnos “más humanos”.
Ante la crisis que arrastramos desde hace meses (y que tiene sus bases desde hace años), no hemos añadido al propósito de aumentar nuestras lecturas la tarea de lograr que más gente lea. ¿De qué hablamos cuando decimos que nos gusta leer y que amamos los libros? Me parece que hablamos de que queremos tener tiempo y dinero suficientes para leer y leer y leer. ¿Y después? Seguir leyendo y, acaso, escribir para que otros nos lean y seguir en un campo de validación en el que compartiremos con nuestros más cercanos (quienes, de suerte, serán parte de ese círculo de lecturas) las experiencias literarias. ¿Y los demás? ¡Que se jodan! Ya nuestros excompañeros de carrera que se orientaron por la docencia de la literatura se encargarán de inculcar el hábito.
¿A qué le tiramos cuando nos proponemos leer más cada año?, ¿qué es lo que queremos hacer con lo que queda en nosotros de las lecturas? Si somos los libros que leemos, ¿qué seremos con los libros a los que les abrimos caminos para que lleguen a otras personas?
Hasta el día de hoy sigo viendo caminos hacia el infierno empedrados de buenas intenciones y poco he sabido de iniciativas que muevan a la gente a leer (incluso vi una dinámica en redes sobre un intercambio de libros entre desconocidos y fue poca la participación).
Ojalá que algún día los libros y la lectura se quiten ese aire intelectual del que se les ha dotado desde antes de la invención de la imprenta. Ojalá que este año logremos que más personas se acerquen a los libros, que sean las librerías parte de los espacios esenciales que no se detienen (ya platicaremos sobre el papel lamentable de las librerías frente a este segundo semáforo rojo). Ojalá que ampliemos el diálogo con la sociedad y dejemos de editar libros de nosotros para nosotros. Ojalá que entendamos que un gusto genuino por los libros incluye su máxima difusión, su amplia circulación para que no sólo se queden en el baúl de anécdotas para compartir con los amigos. Ojalá que nos quitemos de esas poses insoportables de lectores y escritores tocados por la mano de Cervantes. Ojalá que el propósito de ser un mejor lector incluya algo, un poco, de compromiso con los demás.
¿Somos un país de pocos lectores o somos un país de ególatras?
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