Por Luis Carlos Carabel
Como cada año, los primeros días de enero se publicó en varios medios la lista de libros que han pasado al dominio público. En 2021 aparecen algunos nombres importantes: George Orwell, Cesare Pavese, George Bernard Shaw, Yukio Mishima, John Dos Passos, Bertrand Russell, entre otros, y entre las obras más reconocidas están El gran Gatsby, La señora Dalloway y Manhattan Transfer.
A mí, como lector de libros electrónicos, esta lista no me dice nada. Los libros de todos estos autores circulan libremente en internet y sólo basta agregar “pdf” en Google para encontrarlos y descargarlos de manera gratuita. Existen ahí como una posibilidad de lectura que, sin embargo, nunca llego a realizar por la sencilla razón de que no tengo tiempo libre. Pero como editor, esta lista siempre me resulta bastante atractiva.
El mercado de los libros electrónicos (si es que se le puede llamar mercado) se rige necesariamente (y a pesar de todo) por los derechos de autor. Parece que en internet todos los derechos desaparecen, pero lo que en realidad ocurre es que las obras sólo circulan por ahí en un limbo entre la ilegalidad y el acceso libre al conocimiento. A 50 años del nacimiento del Proyecto Gutenberg, no se ha demostrado que poder descargar todos los libros que queramos de manera gratuita mejora en algo la calidad de vida de las personas, del mismo modo en que nada evidencia que la circulación de las obras de los autores mencionados perjudique sustancialmente las finanzas de las editoriales.
Lo cierto es que los editores debemos respetar los derechos de autor y obedecer la legislación sobre el dominio público de manera estricta. Cuando dije que “los libros de todos estos autores circulan libremente en internet”, oculto el hecho de que casi siempre circulan en sitios no oficiales, en ediciones no cuidadas que alguien “comparte” con el resto del mundo, y que esto ocurre bajo la amenaza de las editoriales (o los autores) que detentan los derechos de autor.
Es importante enfatizar que las editoriales están fuera de esa “circulación libre” en internet no sólo porque la circulación libre afecta los derechos de autor, sino porque las editoriales son la única entidad que no puede publicar ni “compartir” absolutamente nada en internet sin haber conseguido previamente (es decir, negociado y pagado) los derechos de autor. La opinión general es que quien sube a internet el libro recién publicado del autor de moda es un héroe anónimo, que en realidad no corre ningún riesgo de ser demandado por nadie; pero la editorial que por cualquier razón suba a internet el libro que sea sin haber negociado los derechos es, en la opinión general, una ladrona que lucra con la obra del autor.
¿La circulación libre de una obra subida por un lector afecta en mayor o menor medida los derechos de autor que la circulación libre de la misma obra subida por la editorial? Nunca lo sabremos, pero es un hecho que esto sólo les preocupa a las editoriales.
Hace poco tiempo me enteré de que la Universidad Autónoma Metropolitana no tenía una librería virtual por la absurda razón de que no estaban claros los términos de sus contratos de edición en lo relativo a la venta por internet. Para evitar problemas, la universidad no vendía las versiones electrónicas de sus propios libros pero, más que eso, ¡ni siquiera vendía por internet sus libros físicos! Con la pandemia esto cambió, pero nos demuestra las limitaciones que tienen las editoriales (de cualquier tipo) para hacer circular las obras por internet, al tiempo que las obras ya circulan por internet (jaja) en sitios que no necesitan preocuparse por eso.
Muchos años antes, también supe que el Fondo de Cultura Económica no digitaliza gran parte de su catálogo precisamente porque la versión digital no se negoció en los contratos. ¿La circulación libre soluciona estos problemas? No lo creo. La experiencia me dice que muchos de los libros disponibles en internet son aquellos que nunca leería; en cambio, los que necesito o quiero leer no circulan de manera gratuita o simplemente no se encuentran en internet.
En ese sentido, las listas de libros que pasan a dominio público suelen atraerme al ir develando los títulos que las editoriales podrán poner a disposición de los lectores en ediciones realmente cuidadas. Como editor, fantaseo con ediciones de cada una de esas obras que yo mismo podría revisar y publicar, si tuviera tiempo libre…
No seré yo quien resuelva la discusión sobre la circulación libre de las obras, porque una parte de mí quisiera eliminar los derechos de autor y una mucho más grande los defiende a ultranza, pero cada que leo las listas de libros que han pasado a dominio público me emociono por la esperanza de que en esos libros se resuelva el conflicto entre los héroes anónimos y las editoriales ladronas que, cada quien a su modo, intentan poner al alcance de los lectores una obra que creen que vale la pena leer.
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