El libro no es el papel

El libro no es el papel

Por Luis Carlos Carabel

Dicen que el primer libro que imprimió Johannes Gutenberg fue la Biblia, en 1455. El ejemplar, conocido como Biblia de Mazarino, consistía en varios volúmenes que formaban un total de 1282 páginas impresas con tipos móviles e iluminadas a mano por maestros iluminadores. El tiraje de la obra fue de 180 copias, de las cuales se conservan menos de 50, y la mayoría incompletas. En realidad, Gutenberg había imprimido antes el Misal de Constanza, pero para los fines de esta columna, la Biblia es un mejor ejemplo.

Antes de esa edición ya había otras Biblias, y sin duda alguna en estos días ya circulan muchísimas más. Pero, a pesar de la importancia histórica, estética y económica de la de Mazarino, la Biblia no es ninguno de esos 180 grupos de 1282 páginas impresas. La Biblia tampoco es ninguna de las anteriores ni posteriores ediciones impresas, reproducidas, compartidas, copiadas, cantadas, digitalizadas ni descargadas. También podríamos decir lo contrario, que la Biblia es cada una de ellas, porque para el caso es lo mismo: los más de 5000 millones de ejemplares que se han imprimido en todo el mundo son todos la Biblia.

No obstante, si acaso alguno de los evangelistas pensó en que pasaría a la posteridad, seguramente le importaba menos el papiro en el que escribió (si así lo hizo) que los hechos que estaba transmitiendo. La función de autor de los evangelistas es muy discutida en la actualidad, pero no así el mensaje que dejaron para los 20 siglos siguientes. En este sentido, la importancia de la Biblia radica en el mensaje, no en las palabras originales (de ser así, sería intraducible) ni en el papiro (o sería irreproducible).

Para ponerlo en perspectiva, veamos el caso de La Mona Lisa, el cuadro más famoso del mundo. Cerca de 50 años después de que Gutenberg imprimiera su Biblia, Leonardo da Vinci pintó a la modelo en óleo sobre tabla de álamo de 77 x 53 cm. Cuando Da Vinci murió, la pintura pasó por varios reyes y ahora se exhibe en el Museo del Louvre. A diferencia de lo que ocurre con la Biblia, La Mona Lisa sí es ese cuadro de madera lleno de tinta: el soporte es la obra y, aunque puede reproducirse en distintas copias, su importancia radica exclusivamente en los trazos que el artista plasmó sobre la tabla.

Esta distinción es bastante útil para explicar la singularidad de los libros: obras de arte cuyo valor está dado por el mensaje que transmiten, pero cuyo precio está ligado al soporte en el que se presentan. Esto no se ve en muchos lados. Regreso al siglo XXI para buscar comparaciones y no encuentro forma más sencilla de decirlo: una película no es el dvd, una canción no es el cd, un videojuego no es el cartucho. Ahora suenan muy antiguas las palabras dvd, cd o cartucho precisamente porque hemos eliminado esos soportes para disfrutar del contenido.

Hace muchos años dejamos atrás “el arte” que complementaba la obra que en realidad queríamos, y no nos hemos quejado. Entendemos que para ver una película, escuchar una canción o jugar un videojuego sólo hace falta descargar o reproducir un archivo, pues su valor y su precio dependen del esfuerzo que se puso en su creación.

Pero los libros son objetos únicos: independientemente del placer que nos produzca una obra literaria, estamos dispuestos a pagar por ella sólo cuando nos gusta también el soporte. Como si la obra en sí no importara, como si fuera un bien de la naturaleza que existe por ahí, que alguien descubrió y que afortunadamente podemos reproducir y compartir con libertad. Sólo cuando alguien la pone en un papel suave, con tipografías de nuestro agrado y con una portada que nos guste, sólo entonces podemos pagar por la obra (pero que no sea mucho, por favor).

Los libros no son como otros productos. Por ejemplo, no son perecederos, los consumimos y podemos dejar que alguien más los consuma después. Además, en general son objetos de un solo uso, pues son pocos los que abrimos otra vez después de terminar de leerlos. Cuando compramos un libro, aunque queremos el contenido, lo que nos atrae es el continente. Por lo mismo, sólo los coleccionistas (o sólo si nos gusta mucho) compran varias ediciones del mismo libro. Por eso diferenciamos entre una edición u otra y compramos la que más nos gusta.

Sin embargo, con excepción de los libros de artista, que se convierten en piezas únicas, las distintas ediciones de un libro deberían ser sólo los adornos que se le agregan a una obra de arte que tiene valor por sí misma. El libro no es ninguno de sus soportes o, también, el libro es todos sus soportes.

A diferencia de la Biblia, que es palabra de Dios, y de la Mona Lisa, que fue creada por un genio, casi todas las obras que se publican hoy en día son creadas por personas normales que intentan transmitir un mensaje, no compartir papel impreso, y casi todos los autores prefieren vender sus ideas que evangelizar a los pobres. Nos equivocamos al pensar que está bien robar su obra mientras les compremos el papel.

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