Por Luis Carlos Carabel
Llevo ya varias semanas extrañado por la polémica que suscitó la convocatoria de la SEP para ilustrar los libros de texto gratuito, más porque es un tema recurrente en el ámbito de las artes en general (no digo ya del trabajo intelectual). Antes de eso, estaba consciente de los reclamos de los diseñadores por convocatorias parecidas, al grado de que sentí, por un tiempo, que el tema lo teníamos controlado.
Lo que les sucede a los ilustradores, a los diseñadores, a los traductores, autores, etc., me incumbe profesionalmente aunque sinceramente lo veo de refilón. Los editores tenemos nuestras propias controversias con nosotros mismos, con cada uno de esos actores, con los clientes… y también con el gobierno. Sin embargo, creo que esta polémica sirve para ilustrar (nunca mejor dicho) el problema al que nos enfrentamos todos los que realizamos trabajo intelectual, artístico, artesanal, freelance y, en general, todos los que ofrecemos un producto o servicio al público. Aunque, para ser sincero, esto que voy a comentar lo noté hasta ayer, después de leer un comentario en Facebook acerca del diseño del logo del nuevo aeropuerto de la Ciudad de México.
Después de que se filtró el que, dicen, será el logo del AIFA (Aeropuerto Internacional Felipe Ángeles, para irnos acostumbrando), el internet se volcó a criticarlo por todos sus lados (y con razón). Entre los comentarios se habló de todo: su fealdad, su asimetría, el mamut, la pista de carreras, los colores, el proceso y hasta su registro en el IMPI y el hecho de que lo haya hecho o registrado un soldado.
Pero también hubo una nutrida conversación sobre lo que ese diseño dice del gobierno y de los diseñadores. Por un lado, está la repetida conducta de no considerar a los expertos, sino encargarle el trabajo a quien esté a la mano. En una viñeta muy compartida, un oficial del ejército le encarga las ilustraciones de los libros de texto de la SEP al mismo soldado que hizo el logo. También vi conversaciones sobre la falta de definición sobre el logo: isologo, logotipo, imagotipo, isotipo… y sobre cómo esa ambigüedad define cómo la sociedad ve a los diseñadores, de forma paralela a como nos ven a los editores, a los ilustradores, traductores y otros agentes.
A mí me gustó la postura de quienes critican a los criticones, pues, como en todos los casos, de un día para otro todos nos volvimos diseñadores expertos en imagen corporativa, y algunos se atrevieron hasta a “mejorar” el diseño o proponer algunas alternativas mejores, “más baratas” y “más rápidas”, como si cualquier persona con un poco de creatividad pudiera hacer un trabajo mejor. Y ése es precisamente el problema al que quiero llegar.
Detrás de la convocatoria de la SEP está la idea de que los libros son una cosa cualquiera que hace la gente sin trabajo por vocación; que los escriben personas que ansían ser publicadas; que los diseñan individuos que desean darse a conocer; que los ilustran mexicanos que sueñan con ayudar a la labor de la SEP y llegar a todos los hogares mediante sus ilustraciones. Ante la exigencia de pago, se esgrime la socorrida respuesta de que detrás habrá alguien que sí esté conforme con un diploma y el honor de servir a la patria. Y el problema es que no sólo sí hay personas conformes con eso, sino que además la mayoría cree que podría hacerlo mejor.
Si sale el logo feo, internet salta y afirma que cualquiera podría hacerlo mejor, porque un logo “es cualquier cosa”; si un equipo pierde, la gente estalla porque otros pudieron hacerlo mejor; si una decisión sale mal, el resto del país sabe que desde el principio era un error; si vemos una mano de seis dedos en un libro, todo el mundo habla de la incompetencia, “cómo no lo notaron”. Sobre todo, lo que afecta a todos los gremios es la idea de que alguien puede hacerlo mejor, y más barato, y más rápido que el que nos da la cotización.
¿Por qué no valoramos el trabajo? ¿Por qué no aceptamos las equivocaciones? Hay aquí una aparente contradicción: estoy pidiendo que valoremos el trabajo de los profesionales y, a la vez, que aceptemos los malos trabajos de los que (parece que) no son profesionales. Sin embargo, en el fondo mi intención es la misma: reflexionar sobre nuestras propias capacidades para pagar por un buen servicio y para aceptar que nosotros no haríamos un buen trabajo en un área que no nos compete.
A mí también me parece horrible el logo del nuevo aeropuerto, pero más allá de eso me considero incapaz de hacer uno mejor. Eso me limita a ofrecer mis servicios como diseñador de logos, y en cierta medida al momento de criticarlo. En todo caso, como espectador, me permite hablar del pésimo gusto de quien lo eligió, y no más.
Pero no deberíamos abonar a la idea de que el logo es tan feo que cualquiera pudo hacerlo mejor, sino a la exigencia de acudir con profesionales para que realmente quede mejor. Si la crítica se encamina hacia ese lado, la siguiente convocatoria de la SEP tendrá algunos cambios. Si seguimos por el mismo camino, los clientes seguirán acudiendo con los que están detrás de uno, ofreciendo menores precios y mayor velocidad. Al fin y al cabo se trata de cualquier cosa…
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