
Por Vladimir Villalobos López
Y tengo un ambicioso plan, consiste en sobrevivir
Por fin se acabó el año de la pandemia, aunque pasó como en el capítulo de 31 minutos sobre el fin del mundo: se acabó y de inmediato empezó otro idéntico. Las fiestas de navidad y año nuevo que recién pasaron (ojalá el recalentado les dure) nos dan un diagnóstico de lo que fue el año, de lo que será éste. A pesar de los lugares vacíos a la hora de cenar (en los lugares donde hubo cena), no faltaron los vecinos con música a todo volumen, los gritos y los cohetes. En otros casos, se tenía el consuelo del año: la videollamada.
Sea como sea, recién comienza este nuevo año, por supuesto que sólo se trata de una invención más o menos arbitraria para cronometrar nuestras existencias, pero bien que recibimos regalos de cumpleaños (cuando hay, digo). En el fondo, casi toda nuestra vida se basa en invenciones arbitrarias, pero mientras nos permita habitar, significar y compartir el mundo, creo que está bien. Es verdad que algunas arbitrariedades deberían cambiar o incluso desaparecer, pero el conteo regresivo de fin de año no me parece que entre en la lista.
Como a muchos, me gustaría poder afirmar que este año será mejor y que, como si se tratara de declarar abolido el neoliberalismo, de inmediato la pandemia y sus efectos serán apenas un vago recuerdo del que todos nos reiremos en la reunión o evento social masivo de su preferencia. Lo cierto es que, más allá de que las primeras vacunas han empezado a llegar a México, la normalidad aún está muy lejos y las pérdidas no pararán en los próximos días. Ni hablar, tenemos que seguir cuidándonos entre todos. Y no dejar de hacerlo, incluso después de la vacuna; la solidaridad, siento, debería ser parte de esta cotidianidad que estamos formando al día.
Pienso en el futuro próximo y no lo veo claro. Normalmente algún recuerdo, alguna historia ajena me ayuda. Las memorias me sirven de trampolín y conexión, pero hoy se niegan a aparecer. Tal vez estas pretensiones de un futuro claro me son imposibles, siempre se me acaban los propósitos de año nuevo a la quinta campanada y tengo que repetir. Además, otro año con pandemia no es de mucha ayuda. Además, están y merodean las cuentas por pagar, las pérdidas, las distancias, las ausencias y el frío. Recién leí un texto de Luigi Amara sobre las cobijas y siento que debería estar atrapado en ellas y esperar a que más tarde, quizá con la primavera, se me revele alguna certeza que compartir en este espacio que procuro de todos.
De entre las diferencias que tuvo este fin de año respecto a los anteriores, se me ocurre una positiva (dicen que hay que centrarse en lo bueno, para no amargarse). Esta vez Ártax, el perrito que adoptamos hace dos años y medio, no pasó la velada solo en casa ni en una pensión. Quizás él prefiere la pensión porque convive con otros perros, pero diré que no, que como yo prefirió estar en casa y cenar con mis papás, desvelarse conmigo y ayudarme, con sus casi treinta kilos, a mantener la cama a una temperatura agradable, aunque no me deje estirar los pies.
Lo destacado no es mucho, les decía, pero es y vale la pena enunciarlo, porque a pesar de todo, seguimos aquí. También celebro a otros tantos que han llegado para repoblar el mundo y renovar sonrisas, porque es revolucionario apostar por la vida, sobre todo en días grises. En fin, lo importante es ir hacia adelante, aunque los cohetes hayan viciado el horizonte. Y si tienen perritos, quiéranlos. Ya veremos, ojalá juntos, qué dice el año nuevo. Saludos y cuidémonos.
Vocabulario
Nuevo
- No estropeado, gastado o viejo; lo que acaba de amanecer: como los poemas que se leen con nuevos ojos, como cada que se está “Tejiendo la mañana”:
Un gallo solo no teje en la mañana:
siempre necesitará de otros gallos.
De uno que reciba ese grito
y lo lance a otro; de otro gallo
que reciba el grito del anterior
y lo lance a otro; y de otros gallos
que con muchos otros crucen
los hilos del sol de sus gritos,
para que la mañana, desde una tela tenue,
se vaya tejiendo entre todos los gallos.
-João Cabral de Melo Neto
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