Por Roberto Feregrino
Me gusta el teatro porque me produce una sensación de sorpresa. No sólo he sido asistente asiduo a ver esta o aquella representaciones permitiendo que la fantasía dramática me lleve a reconocer lugares insospechados de mí, también he participado en algunas de cuyos ayeres prefiero no recordar. Hace unos días vi en YouTube una obra del dramaturgo Antonio Cos (Cádiz, 1978), Chelsea Hotel, bajo la dirección de Paloma Zavala, con la actuación de Gracia Hernández y Sergio Moral, que no es otra cosa que seis pequeños sketches que ahondan en las relaciones humanas en lo concerniente a lo que somos en pareja tanto romántica y amistosamente. Además del embeleso propio de la obra, otro aspecto que surtió un efecto magnético inmediatamente fue saber la relevancia que tuvo el mítico hotel ubicado en la ciudad de Nueva York.
La obra de Cos fue el pretexto para pensar —o entrar— en lo que ocurrió en aquel recinto que abrió sus puertas en 1884 para recibir huéspedes de todo el mundo; que iban desde los que pasaron breves temporadas, hasta aquellos que vivieron ahí por lapsos más prolongados. En 2011 cerró sus puertas porque necesitaba mantenimiento, los más de 100 años que recibió a miles de visitantes lo demandaban. Fue un sitio accesible para los bolsillos, pero a muchos les gustaba pernoctar allí porque lo mismo podrían encontrarse en el elevador con Bob Dylan que con Jack Kerouac o Andy Warhol, famosos que llegaron a pasar largas temporadas en el Chelsea Hotel. De hecho se afirma que en ese lugar, en 1965, Arthur C. Clarke escribió su novela 2001: una odisea en el espacio, porque se sentía más inspirado cuando se encontraba en los pasillos con escritores como William Burroughs, Allen Ginsberg o Arthur Miller.
A propósito de las cientos de historias que se han publicado en diferentes medios, que van desde asesinatos hasta filmaciones de películas, pasando por la concepción literaria o musical, hay una muy bella que cuenta que una noche Janis Joplin y Leonard Cohen coincidieron, cada uno buscaba a su respectiva pareja de la noche y no se encontraron, así que terminaron durmiendo juntos en alguna de las tantas habitaciones del hotel, por tal razón Cohen escribió —para Janis— “Chelsea Hotel 2”, donde dice: “I remember you/ well in the Chelsea Hotel/ you were talking/ so brave and so/ sweet/ giving me head/ on the unmade/ bed/ while the/ limousines wait/ in the street/ those were the/ reasons and that/ was New York” [Te recuerdo bien/ en el Hotel Chelsea/ hablabas/ tan dulce y valiente/ dándome pie/ a la cama destendida/ mientras las/ limusinas esperaban/ en la calle/ ésas fueron las/ razones y eso/ era Nueva York].
Con esto nos podemos dar cuenta de la importancia de aquel coloso de ladrillos rojos, del valor cultural que adquirió por sus visitantes y la posibilidad que existía de coincidir con ellos.
Cuando cerró sus puertas se tiró prácticamente todo: muebles, puertas, ventanas, decorado, espejos… es donde aparece en la historia Jim Georgiou, un indigente que vivió en el hotel mucho tiempo en la parte de abajo, una vez que no pudo pagar se mudó a la acera de enfrente con su perro y desde ahí atestiguó cómo tiraban todo. Sabiendo de lo histórico del inmueble decidió realizar una investigación de quiénes habían habitado en las diversas habitaciones y rescatar al menos las puertas para llevarlas a una casa de subastas, reviviendo así un poco de la historia acontecida en el hotel durante más de un centurio. En su exhaustiva investigación rebeló que detrás de aquellas puertas habitaron personalidades como Jimi Hendrix, Stanley Kubrick, Patti Smith, Bob Marley, Uma Thurman, Jon Bon Jovi, Édith Piaf, Jim Morrison y hasta Diego Rivera y Frida Kahlo, entre otros más, que conformaron una época y abrevaron de los otros para construir la nuestra. El Chelsea Hotel tenía eso: magia, encanto, y muchos han intentado rescatarlo tanto en canciones como en películas y el teatro, como ocurre con la obra de Antonio Cos.
Ahora bien, lo importante en el desarrollo escénico es que dos actores representan diferentes personajes que tienen algo en común: están solos o no saben lo que quieren en pareja. En el tercer sketch, el monólogo de Natalita (Gracia Hernández) desemboca en la soledad en la que se centra, critica las apariencias en las que vivimos —Tinder en particular—, pues en la escena da cuenta de la invitación que ella le hace a un ligue con el que hizo match y es la “Muerte”. Ella está demasiado bebida, lo cual no impide que sea un discurso lúcido pese al caos en el que parece estar, podríamos incluso pensar que es una muerte simbólica en tanto que es un desconocido para ella, y digo esto porque cuando ella admite su soledad, su vacío, es cuando termina la escena, llevándonos a pensar cualquier cosa como desenlace:
Natalita: […] Con la de chicas estupendas que hay en el Tinder que salen en bikini, en el Machu Picchu, en la nieve, en la nieve; ¿por qué la muerte te va a dar like a ti que sales toda angustiada en la foto? Así es que te doy… y match, no me lo podía creer. Yo pensaba, la muerte tío, qué fuerte. […] a mí realmente esto del Tinder me parece una tontería, vamos, que está bien, pero yo estoy ahí por el cachondeo nada más, ¿sabes?, por pasar el rato, que yo no creo en estas cosas, eso de encontrar a tu media naranja por internet. […] y yo muchas veces cuando veo las fotos de algunos tíos de ésos de Tinder pienso: “Desesperados, pobre hombre, vete a la calle y vive, gordo de mierda”. De otros no, otros están que crujen y de ésos pienso: “Ven pa’cá que te voy a dejar como el Manzanares, seco”. […] y veo que todo el mundo ha estado en NY, en el Machu Picchu, que tienen fotos con caballos, con chimpancés, con tigres, y que hacen snow, sky, surf, buceo y que tienen fotos con sus amigos en la playa, en los conciertos y pienso: “¿Y esta gente para qué coño se mete aquí?” Reflexiono y digo: “¿para qué coño os metéis aquí, no tenéis esa maravillosa vida, hijos de la gran puta?, pues entonces iros con vuestros amigos a la playa o a la nieve y echar el novio ahí”. […] Pienso eso, de verdad, y lloro, me pongo a llorar y me digo: “Pero qué sola que estás” y la verdad es que sí, que estoy muy sola.
En el discurso destaca que hemos adoptado una felicidad efímera que publicamos en nuestras redes aunque por dentro estemos tan solos como ella. Evidentemente tenemos la soberana libertad de hacer con nuestra vida lo que nos plazca, sin soslayar a nadie. Si alguien quiere publicar una fotografía con medio torso desnudo y su cama destendida detrás o el moho de su baño, está bien, es su derecho, porque lo hemos estandarizado, lo hemos aceptado y celebrado, hemos adquirido una manera de mostrarnos ante el mundo a tal grado de normalizarlo: ¿hemos aprendido a hacerlo para llenar nuestros vacíos y llenarnos con comentarios, o genuinamente queremos mostrarle a la gente lo que hacemos porque les interesa? Se ha hecho tan natural (y esencial) crear estados, memes, historias, denuncias, política, anuncios, fotografías, poemas, logros, compañía, en aras de generar un discurso virtual para los “otros”, que parece que estamos siguiendo un patrón de conducta necesario para encajar. No siempre y no todos, es cierto. Tampoco es justo generalizar diciendo que los discursos estén todos cortados por la misma tijera, muchos de ellos se nota que son sesudos; sin embargo, hay quienes lo hacen por otras razones ajenas a mi entendimiento. Al menos esta personaje de Cos se sabe sola en ese océano de posibilidades que brinda Tinder para conseguir una pareja, aunque sepa que no es el lugar adecuado, pero a lo mejor hemos avanzado tanto que resulta que sí, tal vez.
La vida intentó simplificarse con todo en un mismo dispositivo donde tenemos la banca en línea, el whats, Uber, DiDi, Rappi, Zoom, Instagram, Tinder, Tiktok, Twitter, face y lo que ha provocado es complejizarla más, porque no dejamos de estar pendientes de lo que ocurre en una y otra de las aplicaciones.
Chelsea Hotel es una puerta donde entramos para admirar un discurso sobre las relaciones humanas, pero al mismo tiempo, reconocemos la historia que nos legó ese maravilloso lugar por el que tantos y tantos desfilaron, haciéndolo único e inigualable. Detrás de las puertas que rescató Jim Georgiou durmieron íconos del arte, la música y el cine; detrás de las puertas de la obra de Antonio Cos está representada la gente de carne y hueso que también pasó por ahí, lo cual nos hace conscientes de nuestra soledad, una soledad que se apodera tanto de los famosos como de los que no lo somos: la soledad no distingue, pero aniquila por igual.
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