Por Roberto Feregrino
El lunes 16 de noviembre se publicó en Rostros de la edición la entrevista con el editor Jorge Rojas, larga por cierto, pero ilustrativa en muchos aspectos. Él es ingeniero por el IPN, sin embargo, por tradición familiar, siempre estuvo vinculado con la manufactura de los libros, situación que lo llevó a preguntarse si había manera de profesionalizarse. Pronto supo que en la UAM Xochimilco había una oportunidad, así que decidió emprender ese camino.
La cosa no paró ahí, porque un buen día decidió crear una editorial y así, en 2016, nació Lectio. No ha sido un proceso sencillo, pues ha enfrentado dificultades tanto económicas como en su falta de formación literaria, pero ha sabido rodearse de gente que lo ha arropado y que le ha mostrado un camino menos pedregoso. Así, a cuatro años de que Lectio vio la luz, acaba de recibir una distinción por la novela Overcast, de Jorge Varela, otorgada por la CANIEM, no sólo por el texto del autor, sino por la sinergia que se forjó en torno a esta editorial entre ilustradores, diseñadores, escritores y editores, es decir, toda la gente que pocas veces sabemos que participa en la elaboración de un libro, pero que está presente. Precisamente esto es lo que pretende Fondo Blanco Editorial al dialogar semanalmente con quienes aportan un poquito de luz en el medio editorial con sus proyectos o dilucidaciones, brindándonos una muestra de la importancia que cada uno de estos engranajes tiene para poder insertarse en la oferta cultural del siglo XXI. En otras palabras: visibilizar a quienes están tras bambalinas, hacer notar a los que se suman en cada proyecto con su talento y visión en temas que el mundo demanda.
Algo de lo que llamó mi atención en el discurso de Rojas fue cómo percibe la falta de interés de los mexicanos por la lectura; es decir, que el grueso de la población considera aburrido leer; esto no sólo aqueja a un determinado sector de la población, sino a todos por igual: clase alta y clase baja. Este punto me parece vital porque podemos tener un sinnúmero de editoriales y escritores sobresalientes, libros de calidad (¡bravo!), pero si la coyuntura lectora está frágil de poco nos sirve tener una industria que se preocupe por entregar calidad. Si el medio editorial sólo se está consumiendo a sí mismo, el verdadero público al que se debe llegar no está del todo listo para recibir lo que se dice o sencillamente tendrá pereza de entrarle a leer porque sí. La lectura debería ser inculcada como la exploración, la indagación, el cuestionamiento a priori y a posteriori, inquirir si aquello que se dice en los poemas, en las novelas o en los ensayos va de acuerdo con nuestra experiencia o no y qué los detonó; qué hace que ahora escribamos de esta forma o de esta otra; qué tanto le critican a Octavio Paz y le celebran a Papasquiaro. Pero eso sólo llegará desde un cuestionamiento individual en aras de recibir respuestas para poder construir un andamiaje interno que nos dé luz y podamos decir: “claro, ahora ya lo sé” o “ahora esta lectura me ha llevado a otra y el universo se amplió”.
Considero que para eso la academia es esencial, porque en ella el alumno recibirá las bases con las que podrá cuestionar el mundo que lo rodea de alguna forma (sí, ya sé que hay gente que es autodidacta y no requiere academias, guías, pero son una aguja en un pajar). Y los maestros son la clave para que este desarrollo sea posible, pues ellos mostrarán tan sólo un poco de aquello con lo que los adolescentes lidiarán día con día en su futuro. Considero que actualmente las instituciones son muy condescendientes porque la SEP dijo, porque los papás dicen, porque la pedagogía dice. Y en esto último ahora todo parece estar errado en el camino de la docencia, pues todo afecta la salud mental de los estudiantes: los sellos con un oso flojo, calificar con tinta roja porque se intimidan o no recibir sus trabajos extemporáneos. Todo se ha convertido en un evitar reprobar a los alumnos, entonces el profesor debe encontrar la manera de evaluarlos para que “todos” puedan pasar; ah, pero eso sí, las aulas están a reventar y para qué hablar del sueldo y la futilidad del docente que más bien es visto como contención de una matrícula y nada más; eso sí, debe cumplir en tiempo y forma las entregas, saber trabajar bajo presión, pues, sin presionar a los alumnos, claro.
Ahora bien, qué vemos en la actualidad literaria, ¿nos quedaremos varados en el boom latinoamericano y la poesía de los Siglos de Oro? Desde luego que no está mal, pero preguntémosles a los alumnos de licenciatura si se acuerdan de Quevedo, de Rubén Darío o de Machado, seguramente dirán que no, y no porque sean ignorantes, sino porque sencillamente no existe un seguimiento real en los cursos que se imparten, porque gran cantidad de maestros nos quedamos con el mismo discurso y no traemos a la realidad de nuestro siglo los cuestionamientos que se requieren. Desde la primaria se ve el emisor, el receptor y el mensaje con los mismos esquemas que en la secundaria y en la preparatoria, ¿por qué perder el tiempo con lo mismo cuando se puede mostrar lo que ocurre en la escritura, en la lectura y en el mundo real, aquí y ahora?
David Toscana, por ejemplo, está hablando de Don Quijote desde su contemporaneidad y por eso escribió El ejército iluminado, para hablar de la obra cervantina en un siglo nuevo. Después quiso hablar de la Biblia y escribió Evangelia para darse el lujo de imaginar qué hubiera sucedido si el hijo de Dios hubiera sido mujer y no un hombre; es decir, desde la ficción está hablando de temas antiquísimos para jugar con ellos, preguntarse y darles cierta vigencia, cuestionarlos, darles otro talante. Y no es el único, también el escritor Omar Delgado juega con los elementos de la historia y los cuestiona como ocurre en Habsburgo, una novela en la que Benito Juárez y Maximiliano libran una batalla entre sombras porque el primero es un chamán, mientras que el segundo es un masón y deben combatir en un lugar que no pertenece al mundo de los vivos. Pero no queda la historia muerta, ¿me explico?, al contrario, Delgado la reinventa en la literatura y provoca que el lector se cuestione.
Todo este tiempo en el que vivimos abreva de la tradición literaria, querámoslo o no, nos lo hayan explicado en la secundaria o no: Rowling, Murakami, Auster, sólo por mencionar algunos, el problema es que no nos preguntamos de dónde partieron o ignoramos los problemas a los que se enfrentaron y dieron origen a su escritura: políticos, económicos, sociales, culturales y las consecuencias que traen consigo. No todo está servido en bandeja de plata.
En un colegio en el que me tocó dar una asignatura de Redacción, por ejemplo, Juan Rulfo, Franz Kafka y Carlos Fuentes eran autores prohibidos (a poco no nos hace pensar en lo que sucedió con el hijo de Carlos Abascal cuando leyó Aura y el problema que desató, porque no era un libro que fuera políticamente correcto: ¿qué es lo correcto?). No por el hecho de censurar un libro porque habla de drogas, de sexo o de homosexualidad impediremos que los adolescentes escuchen reguetón o que experimenten su sexualidad o que de sus castas bocas salga un “pendejo” o un “puta madre”, ¿o sí? Ahí está, en la vida. Oscar Wilde decía que el arte sirve para enmarcar la realidad que nos circunda. La educación comienza en casa, los hijos harán lo que digan sus padres y todo ese discurso que nos sabemos de memoria, pero si no es así, entonces el siguiente filtro es la escuela, los maestros: el de matemáticas, el de física, el de historia; yo he visto a infinidad de maestros de ciencias que son queridos por sus alumnos porque se divierten en sus clases y aprenden, ven la utilidad de eso que nos parecía complicado hace años delante de una tabla periódica con una maestra terrible de química, ya no. La enseñanza es de otra forma, o debería serlo; asombrarnos mientras un profe nos habla de la poesía barroca o simbolista o el teatro del absurdo, porque logra hacer una conexión loable para entender, porque hay un interés verdadero por parte de los alumnos y también de los maestros, porque aprendemos de ellos con sus comentarios o sus puntos de vista. El aprendizaje no es unidireccional, sino multidireccional. Que se sientan alegres y sorprendidos al leer un poema, no idiotas; que se identifiquen en algún cuento y con ello cuestionen al autor y su mundo, que se atrevan a leer una obra de teatro y que digan: “Qué divertida a pesar de ser tan vieja”, que puedan ver que en la literatura se puede hablar de un amor que ellos conocen, de política, de pelos y colas y que ellos elijan qué leer, pero que se levanten de ese letargo en el que se han sumido por estar en YouTube, Facebook o sus consolas de videojuegos, de donde no se quieren mover porque todo está dado ahí.
En muchos colegios, a los profesores se les ve como mudables, desechables, hoy nos dan nuestros 100 pesos por hora y si no estamos aquí mañana ya habrá alguien más que quiera las horas y, si no, otro más, y así sucesivamente. ¿Y la continuidad, carajo? ¿Y las humanidades de las que tanto se alardea, el afecto que se crea entre los alumnos y el maestro en el momento áulico, como lo llama la doctora Jocelyn Martínez, a dónde, carajo, a dónde?
Tanta librería, cultura, teatro, museos a los que los mandamos —como si nosotros fuéramos cada fin de semana—, tienen una razón de ser antes de convertirse en plataformas elitistas y egocéntricas después de la presentación de un libro y tomar el vino de honor con gente “letrada”. Tanto Péndulo, Sótano, Porrúa sirven para otras cosas y no sólo para llenar los bolsillos a instituciones educativas que hacen convenios para que los alumnos vayan y compren sus libros ahí. Ojalá en un futuro próximo los jóvenes tomen al toro por los cuernos y se levanten para mirar un libro por su cuenta y lo conozcan, que lo cuestionen, que lo rayen. Que la educación verdaderamente sea coyuntural y tantos proyectos que se están gestando hoy en día no se queden en el tintero para consumo de unos cuantos, sino que haya resonancia en todos los que ahora pueblan las primarias y las secundarias.
Rojas también dice que el libro debería ser considerado de primera necesidad, estoy de acuerdo con él, porque justo es lo que se requiere para un crecimiento como nación: un ciudadano que cuestiona, que debate, es un ciudadano que está preparado para aceptar y reconocer. Pero hay que mirar en la periferia, qué se hace en los lugares donde no llegan tan fácilmente las librerías. Pensemos en ello y después digamos que hay ignorancia, que no hay lectores. Un libro edificará nuestras ideas, nos regalará la posibilidad de diálogo con los autores y con nuestros allegados y la construcción basada en ideas es primigenia.
Por el momento, y como se ven las cosas, seguirá habiendo librerías y gente comprometida a seguir apostando por nuevos horizontes, como es el caso de Lectio, al que pueden seguir en lectio.com.mx o en sus redes sociales para ver el catálogo.
Por último, y recordando unas palabras de Pedro Salinas de su texto “Educar para leer y leer para educar”, dice que “El maestro, en esto de la lectura, ha de ser fiel y convencido mediador entre el estudiante y el texto. Porque todo escrito lleva su secreto consigo, dentro de él, no fuera como algunos creen, y sólo se la encuentra adentrándose en él y no andando por las ramas”. Así que dejémonos de andar por las ramas de la enseñanza y hagamos lo que nos corresponde, hablando de las necesidades del mundo y no sólo repitamos lo que por décadas se ha dicho sin cesar.
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