Sobre las instrucciones para competir por México

Sobre las instrucciones para competir por México

Vladimir Villalobos López

“Quien todavía tiene entre las ruinas de México el privilegio de leer ha leído sin falta a Jorge Ibargüengoitia y lleva su presencia en la memoria”, escribió José Emilio Pacheco a inicios de 1984 en su Inventario, apenas poco después de que el autor guanajuatense perdiera la vida junto a Marta Traba, Ángel Rama y Manuel Scorza en un accidente aéreo.

Justo estos días tuve el privilegio de leer algunas de sus instrucciones para vivir en México. Atinadamente Ibargüengoitia, en una de ellas, señala lo mexicana que resulta la frase de Juárez, “el respeto al derecho ajeno es la paz”. En este país, dice el autor, esta obviedad de frase es posible porque estamos muy conscientes del derecho propio, no tanto porque nos importe el ajeno.

El caso de las ciclopistas (y del transporte en general) me recordó este texto. El peatón, dice el autor, sabe que tiene tanto derecho a cruzar la calle como el automovilista que se acerca a la misma esquina, pero el peatón le cede el paso porque si no lo atropellan. “Un albañil borracho y un licenciado borracho serán iguales a los ojos de dios, pero no a los de la policía”, ejemplifica Ibargüengoitia. Y es que aunque los derechos sean los mismos, para algunos funcionan más o menos, dependiendo del color, del estatus social, del número de seguidores y de un etcétera que no da señales de hacerse más pequeño.

Pienso en estas ruinas que es México y en el privilegio de sobrevivir y de hacer, más o menos, lo que a uno le emociona. Al pensar en hacer lo que te gusta a pesar de ese derecho ajeno que nos trata de aplastar pienso en los Juegos Olímpicos. Perdón si ya se aburrieron, pero sólo dura dos semanas y después nos los quita el gobierno. Como en Río de Janeiro, en este hogar se intentó darle un seguimiento total a las olimpiadas. Aunque ahora nos lo tomamos más en serio, los horarios y la edad nos obligaron a necesitar de las repeticiones para mantenernos más o menos al tiro desde esta fosa llamada vida.

Como el peatón que quiere llegar al otro lado, los deportistas olímpicos, según los comentarios en redes sociales, debían ceder el paso a las críticas por tanto cuarto lugar y tan pocas medallas, ya después a ver cómo se sienten y de qué manera el país ofrece oportunidades de competir realmente. El caso de la gimnasta Alexa Moreno, quien tuvo que ver cómo comprarse aparatos para poder entrenar ante la falta de estructura en el país, es paradigmático. La arquera Gabriela Bayardo compitiendo por Holanda, porque para la Conade es pecado entrenar fuera de México, también resulta muy ilustrativo del sinsentido y de lo milagrosos que en realidad resultan los cuartos lugares y las cuatro medallas.

De entrada, me parece problemática esta idea de que los deportistas deban representar a un montón de desconocidos que prácticamente ignoramos su existencia hasta el momento en que compiten. ¿A quién representa esa bandera y qué derechos e intereses representa? Ni al albañil borracho, ni al deportista, ni a mí.

El futbol encuentra la manera de evadir esos límites que la carencia impone, al menos mientras no intentes volverte profesional, ya después es otro cuento igual de asqueroso (qué afán de acaparar transmisiones con futbol y ocupar el espacio de otros deportes que casi nunca tienen reflectores, por cierto). Por eso el futbol es tan popular, casi basta cualquier cosa para jugarlo. El futbol y el box.

Pero decía que nadie tiene la obligación de representar a ningún color, y aun así lo hacen y lo hacen lo mejor que pueden (creo). A pesar de eso, y a pesar de ese dicho que tanto se cita últimamente, el derecho ajeno juzga y condena. Basta ver el caso de las jugadoras de softball que decidieron tirar algunos de los uniformes que se les dieron. Nadie sabía el porqué, pero a pesar del buen papel que desempeñaron en su competencia, las redes sociales ya querían excomulgar a las jugadoras, a las antipatriotas que ofendían a la nación por no haberse llevado todas sus chivas tricolores. El jefe de la delegación mexicana en Tokio dijo: “Sí siento que es una ofensa a nuestra identidad nacional […] Nos hubiera gustado que no sucediera, porque el Comité Olímpico Mexicano defendió esa biculturalidad que tenía el equipo” (la mayoría de las jugadoras nació en los Estados Unidos). ¡Ora resulta que hasta les hicieron un favor!

Y así nos va, entre deportistas que, incluso con una diferencia horaria de 14 horas, juegan al mexicano que la hace de policía, los internautas (palabra de señor) que siempre están prestos a defender su país al grito de “cancelación” y las autoridades que se ofenden por un uniforme que le dieron al deportista pero no por la precariedad con la que lo dejan prepararse.

En fin, quién tiene que pedir perdón y quién puede otorgarlo es una pregunta que no deja de asomarse entre las ruinas mexicanas y que Ibargüengoitia señaló hace casi cincuenta años: “Sabemos que todos tenemos los mismos derechos, pero muchas veces no estamos en condiciones de exigir que se nos respeten”.

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