Por Luis Carlos Carabel
En la fachada de la librería Orsai (Villa Urquiza, Argentina), de Hernán Casciari, abierta durante la pandemia, se encuentra la siguiente frase que me ha puesto a reflexionar desde que la leí: “Los .pdf de todos mis libros están gratis en internet, ¿pero quién regala un .pdf para los cumpleaños?” Primero pensé que no había nada que discutirle, pero luego me detuve a analizarla con mayor detenimiento.
Ya en otra ocasión he dicho que, en mi opinión, los archivos pdf son la peor versión de lo que consideramos libros electrónicos. El formato fue creado para visualizar documentos de imagen o de texto en cualquier dispositivo, pero aun con todas sus herramientas y comodidades no es lo mejor para leer libros completos, ya sea que leamos toda la obra escaneada o que se haya digitalizado y exportado correctamente en pdf.
El problema con los pdf es que desde el principio han estado unidos a la idea del libre acceso. Todos deben estar disponibles de manera gratuita y sin ninguna clase de restricción; si no lo están, seguimos buscando hasta encontrar el que esté disponible gratis y sin ningún candado; y si en verdad no están en internet, pues alguien escanea el libro, lo sube y lo comparte. Más que un problema, parece resolver todos los conflictos de la cultura mundial. El conocimiento humano puesto en un archivo que podemos abrir desde el celular. ¿O no?
Sin embargo, efectivamente es un problema que aqueja a las editoriales, a los autores y a los lectores. A las editoriales, desde luego, les afecta no recibir ingresos por un archivo que ellas mismas crearon y en el cual invirtieron tiempo y dinero. Los autores asumen junto con las editoriales el costo de este fenómeno que sigue siendo piratería, y que se ve reflejado en sus regalías. (No me digan que primero leen el pdf y luego compran «el libro», como si le hicieran un favor al autor, porque «el libro» también se vende en versión electrónica, y ése también genera regalías para los autores.) Los lectores se conforman con un archivo que no ha sido creado para la lectura con tal de no pagar (o por no poder pagar) por una versión cómoda, y terminan aborreciendo la lectura en formato digital. El problema afecta a toda la industria del libro.
En la frase de Hernán Casciari se observan estos tres problemas: ¿qué editorial o librería sobrevive con la venta de sus pdf? Ninguna, mejor abrir una tienda física. ¿Cuántos lectores pagarían por un pdf? Ninguno, mejor subirlos gratis. ¿Qué autor regala sus pdf a sus familiares? Ninguno, mejor imprimir los libros. Y, sin embargo, todos leemos en pdf: descargamos los archivos que nos encontramos, creamos nuestras propias bibliotecas digitales, escaneamos y compartimos nuestros libros favoritos, pero no podemos imaginar una industria que sobreviva a partir de todo este trabajo.
En realidad, la tarea de imaginar una industria del libro digital es fácil porque tenemos muy buenos ejemplos: el cine, la música, los videojuegos. Las tres han aprovechado las tecnologías digitales, han fidelizado a los usuarios y han eliminado casi por completo los formatos físicos. Desde luego, hay quien sigue regalando películas, discos o juegos físicos en los cumpleaños, pero lo que se compra con más frecuencia son las tarjetas de regalo para suscribirse a los servicios digitales.
Hace un par de meses, cuando mi sobrino se contagió de Covid, mis papás le compraron una tarjeta de regalo de Xbox y, como estaba confinado en cuarentena, sólo fue necesario enviarle el código para que lo registrara. Durante varios años, yo he pedido que en mi cumpleaños me regalen libros, y aunque he enviado enlaces de libros electrónicos, siempre he recibido libros físicos y nunca un enlace de descarga.
¿Esto es culpa de mi familia y de mis amigos, que no saben cómo comprar y regalar un libro electrónico, o es nuestra culpa como editores, que no hemos logrado crear una verdadera oferta de libros digitales al alcance de la mayoría de la población? ¿Quién debería responsabilizarse por el hecho de que haya muchísimas más pantallas, consolas y celulares que lectores de libros electrónicos? Los editores tenemos gran parte de la culpa al menospreciar un formato que podría beneficiar a la industria.
Amazon resolvió este problema desde hace años y nos lleva 25 años de ventaja. Creó la librería digital (en 1994), su propio formato (azw, en 2007), el mejor soporte (Kindle, en 2007), acaparó los contenidos y ahora vende casi todos los libros electrónicos y gran parte de los libros físicos del mercado. Los editores seguimos pensando cómo vencerlo sólo con libros físicos, y creemos que el problema es la distribución. Seguimos negando el futuro del libro sólo porque no huele a tinta y, al mismo tiempo, llenamos nuestros dispositivos con archivos pensando que tenemos el derecho de acceder a la cultura y que nadie debería pagar por algo tan feo.
Para solucionar la crisis que aqueja a la industria editorial en estos tiempos, deberíamos poner más atención no en lo que está haciendo Amazon, por ejemplo, sino en cómo llegó a esa posición. No se trata de crear la mejor red de distribución que nos permita entregar los libros físicos más rápido que cualquier tienda en línea, sino de hacer todo lo necesario para vender también libros electrónicos, para que haya más plataformas digitales de lectura, muchos más ebook readers y, finalmente, para que en los cumpleaños la gente también pueda regalar libros electrónicos. Es decir, hay que apostar por los futuros lectores.
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